¿Ética
ecológica o medioambiental?
Carlos
Alberto Franco da COSTA
Acta
Amazónica vol. 39(1) 2009: 113 - 120
RESUMEN: La
emergencia y la magnitud que los problemas ambientales han ganado en
las tres ultimas décadas han posibilitado una gran producción
científica acerca del tema de la ecología y el medio ambiente,
principalmente en relación a como la humanidad se debe comportar
delante de la naturaleza. Es frecuente en las ciencias sociales la
utilización de los términos ecológico y medioambiental como
sinónimos. Todavía, desde el punto de vista de la ética es
necesario hacer distinciones debido a las concepciones teóricas que
dan sostenibilidad a las discusiones, una vez que existen
divergencias conceptuales fundamentales que deben ser aclaradas para
que no se cometa el error de mezclar concepciones y teorías que son
fundamentalmente distintas y deben dar la profundidad teórica que la
problemática exige. Así, este trabajo se propone a aclarar las dos
concepciones haciendo la distinción entre lo que debe ser tratado
como ética medioambiental y ética ecológica, dando énfasis en
este ultimo concepto y haciendo una recopilación de los principales
autores que fundamentan esta corriente teórica, de forma a servir de
texto orientador para quien necesite de estudiar la ética ecológica
con profundidad, incluso dando soporte para estudios en áreas como
la sociología y la economía.
PALABRAS
CLAVE: Ética
ecológica, ética, medio ambiente, ecología.
INTRODUCIÓN
LAS
CONCEPCIONES DE ÉTICA MEDIOAMBIENTAL Y ECOLÓGICA
Es
frecuente la utilización por muchos autores de las expresiones
ecológico y medioambiental como sinónimos, sea relacionadas a la
economía, política o ética, pero es importante hacer una
distinción debido a la diversidad conceptual y antagonismos que se
puede verificar en ambos conceptos, donde en la lectura de autores
como Sosa (1985; 1994) y Dobson (1997; 1999) se puede distinguir de
forma muy clara sus diferencias, e incluso el segundo define al
ecologismo como una ideología, mientras el medioambientalismo no
posee las características suficientes para ser tratado como tal.
Para
Sosa (1994), al se referir a ecología no supondría solamente hablar
de “medio ambiente sano” o de “derechos de los animales” de
manera unilateral, sino de las relaciones del hombre con el medio del
que forma parte y, en tantos elementos integrantes de ese medio, del
hombre con los demás hombres, mientras que en su definición de
ambientalismo prevalece una perspectiva “mecanicista e
instrumental” que concibe la naturaleza como un algo compuesto de
“objetos” (animales, plantas, minerales) que deben administrarse
del modo más aprovechable para el uso humano. En otras palabras, la
naturaleza no pasa de ser, en esta concepción, un depósito de
“recursos naturales” o “materias primas”. Con esta
mentalidad, en el horizonte de un proyecto (mal llamado) “ecologista”
no estaría el logro de un equilibrio, sino una mera tregua en el
abuso de la utilización. (...) Con
ello, no se pone en cuestión una premisa básica: la de que la
humanidad debe dominar la naturaleza”
(Sosa, 1994, 32).
Sosa
busca a Tom Reagan para calificar como ética
medioambiental una
ética “para el uso del medio ambiente”, donde únicamente lo que
importa son los intereses de los seres humanos, donde “una
ética así concebida mostraría que el medio ambiente debe ser usado
de modo que la calidad de la vida humana – incluyendo, tal vez, la
de las generaciones futuras – sea mejorada”
(Sosa, 1994, 121).
La
ética
ecológica,
por su turno, debe ser entendida como una ética “del medio
ambiente”, donde se considera que los seres no humanos puedan
también poseer valor moral reconocido en función del todo biótico.
Una ética ecológica es una ética global, que concibe al ser humano
como integrado en un medio en el que comparte su vida con otras
especies y con un sustrato físico que soporta y hace posible esa
misma vida. Es “ecológica” porque mira a la oikía,
al
oikós,
a la casa grande, a la casa de todos. No a la casa occidental, o a la
casa del Norte. Ni siquiera solamente a la casa humana, sino a la
casa universal, planetaria (Sosa apud Ballesteros, 1997: p. 296).
Para
Castelo (1996) una ética ecológica sólo se alcanza cuando los
seres humanos se hacen preguntas que sobrepasan las meramente
prudenciales, es decir, que tienen que ver con el respeto o con el
deber hacia la naturaleza.
Según
Dobson (1997), el medioambientalismo aboga por una aproximación
administrativa a los problemas medioambientales, convencido de que
pueden ser resueltos sin cambios fundamentales en los actuales
valores o modelos de producción y consumo, mientras que el
ecologismo mantiene que una existencia sustentable y satisfactoria
presupone cambios radicales en nuestra relación con el mundo natural
no humano y en nuestra forma de vida social y política. (Dobson,
1997: p. 22) O sea, el medioambientalismo cree posible soluciones a
los problemas ambientales actuales dentro del marco de las actuales
prácticas políticas, económicas y éticas, y que la tecnología es
capaz de resolver los problemas que genera, mientras que los
ecologistas por lo general sospechan de las soluciones puramente
tecnológicas para problemas medioambientales.
De
esta forma, el objetivo verde más radical o ecológico “pretende
nada menos que una revolución no violenta que derrumbe la totalidad
de nuestra sociedad industrial contaminante, saqueadora y
materialista y, en su lugar, cree un nuevo orden económico y social
que permita a los seres humanos vivir en armonía con el planeta”.
(Porrit apud Dobson, 1997, 30) y, por lo tanto, uno de los aspectos
dominantes en la critica ecológica al medioambientalismo se
fundamenta en que sus propuestas buscan una economía de servicios
más limpia, sostenida por tecnología más limpia y productora de
“opulencia más limpia”. La ficción de combinar los actuales
niveles de consumo con “un reciclamiento ilimitado” es más
característica de la visión tecnocrática que de la ecológica.
También el reciclado usa recursos, gasta energía, crea
contaminación térmica; a fin de cuentas, es simplemente una
actividad industrial como todas las demás. “Reciclar
es a su vez útil y necesario, pero resulta ilusorio imaginar que da
respuestas fundamentales”.
(Porrit apud Dobson, 1997, 39)
En
la definición de McCloskey (1988) El ético de la ecología desea
atribuir valor a la naturaleza, tanto a la que existía antes de la
valoración del hombre como la que persistirá después de la
extinción del homo
sapiens;
también quiere afirmar que existen obligaciones elementales e
intrínsecas de respeto a la naturaleza, sea en virtud de estas
valoraciones, sea como cuestión de principios últimos morales,
donde los principios de ninguna manera se relacionan con el bien y
los valores que serán disfrutados por el hombre (Mccloskey, 1988).
En
resumen, es importante esta distinción, una vez que la cuestión
central gira en torno de conceptos asociados o no al
antropocentrismo, donde en una visión medioambientalista, por lo
general se fundamenta en conceptos antropocéntricos, mientras que
una concepción ecológica es fundamentada en conceptos
que tienden a negar el antropocentrismo y atribuir valor moral
intrínseco a entidades no humanas.
Así
puesto, este trabajo se propone a aclarar las dos concepciones
haciendo la distinción entre lo que debe ser tratado como ética
medioambiental y ética ecológica, dando énfasis en este ultimo
concepto y haciendo una recopilación de los principales autores que
fundamentan esta corriente teórica, de forma a servir de texto
orientador para quien necesite de estudiar la ética ecológica con
profundidad, incluso dando soporte para estudios en áreas como la
sociología y la economía.
EL
ANTROPOCENTRISMO EN CUESTIÓN
Para
muchos autores el principal origen de los problemas ambientales están
en el antropocentrismo,
donde su manifestación mas extrema es el antropocentrismo moral
capaz de atribuir consideración moral únicamente al hombre y que el
valor de otras entidades es meramente indirecto o instrumental,
relacionados con las necesidades e intereses humanos, la naturaleza
es entendida como mera fuente de beneficios para el hombre. Pero en
contraposición, el propio antropocentrismo, liberado de sus excesos
- el antropocentrismo llamado de moderado o débil, puede ser
considerado el punto de partida para la reflexión moral sobre el
medio ambiente.
Para
Castelo (1996) el Antropocentrismo se defiende específicamente como
la posición que considera al hombre como el punto central, el fin
último, del universo y generalmente “concibe
todo en el universo en términos de valores humanos”
(Castelo, 1996, 74).
Este
posicionamiento ético, también llamado de
antropocéntrico-utilitarista parte de la idea del hombre como
beneficiario de la naturaleza, construye un tipo de razonamiento que
justifica una determinada conducta de respecto hacia el medio
ambiente, basada en necesidades terapéuticas, estéticas, biológicas
o económicas, que la naturaleza satisface. Argumentos extraídos de
los riesgos que acarrean para la humanidad fenómenos como la
sobreexplotación del planeta, su polución creciente, la
insolidaridad con las generaciones futuras o el desconocimiento de
las reacciones de la biosfera ante determinadas agresiones a la
misma, alimentan el discurso tendente a fundamentar, a partir del
principio de utilidad,
un amplio campo de obligaciones morales del hombre en sus relaciones
con la naturaleza. El imperativo ecológico que las resume vendría a
adoptar la formulación siguiente: “en
interés de la humanidad, protege y preserva la naturaleza”
(Gómez-Heras, 1997: p. 33).
Todavía,
para autores como Bryan Norton, los valores de la naturaleza no
humana, sin ser intrínsecos, no tienen por qué ser meramente
instrumentales o utilitaristas y que negándose el valor intrínseco
de la naturaleza no humana, aún quedaría la opción
de concebir un adecuado respeto ambiental a partir de valores humanos
de otro tipo, o sea, valores ”transformativos”, es decir, valores
que forman y transforman y no sólo satisfacen las preferencias
humanas y por tanto el antropocentrismo, llamado de “débil” por
no centrarse exclusivamente en el hombre, proporciona una base
razonable para establecer obligaciones morales con la naturaleza.
J.
L. Thompson (apud Castelo, 1996) defiende una nueva relación con el
medio natural buscando a Marcuse para reclamar el abandono de la
valoración instrumentalista de la naturaleza e incorporar el
argumento psicológico a favor de la preservación, una vez que
Marcuse precisó la necesidad de una relación con la naturaleza más
humana y cualitativamente distinta de la actual, donde “ni
el hombre completa su autorrealización sin el desarrollo de la
naturaleza, ni a su vez puede la naturaleza prosperar sin el hombre”
(Castelo, 1996, 69). Esta visión es típica de la Escuela
de Frankfurt,
que utiliza una relación dialéctica entre hombre y naturaleza,
donde el dominio del hombre sobre la naturaleza lleva consigo el
dominio de la naturaleza sobre los hombres. Y que, por lo tanto, las
relaciones hombre-naturaleza se encuentran distorsionadas por el
modelo de producción vigente en la sociedad de consumo, tanto el
hombre como la naturaleza son víctimas del universo tecnológico
construido por la razón técnico-utilitarista (Gómez-Heras, 2000:
p. 47).
Una
visión
dialéctica de la naturaleza es
distinta de la relación instrumental, donde la naturaleza pierde su
mera función de satisfacción de las necesidades del hombre, pasa a
tener papeles activos y pasivos en la relación con el hombre y se
desarrollan relaciones de intereses del hombre y de la naturaleza,
pero no intereses meramente utilitaristas y antropocéntricos. Lo que
autores como Sosa llaman de “reencontrar el lugar del hombre en la
naturaleza”: ni
aplastado por ella, a merced de
un medio ambiente hostil, ni
destructor,
explotador y depredador, pero asumiendo una postura solidaria con el
medio ambiente, asumiendo las responsabilidades de su capacidad de
obrar sin limites en una naturaleza con recursos limitados (Sosa,
1985: p.14).
Passmore
(apud Sosa, 1985), considera tres tradiciones que han influenciado el
tema de las relaciones del hombre con la naturaleza:
01-Una
que entiende el hombre como dueño y déspota de la naturaleza,
(compatible con el modelo antropocéntrico-utilitarista);
02-Una
que supone el hombre como administrador de la naturaleza, (compatible
con modelos medioambientalistas);
03-Una
que supone el hombre como colaborador con la naturaleza, (compatible
con el modelo ecológico y también antropocéntrico débil).
Una
propuesta compatible con el tercer punto se puede encontrar en Ernest
Bloch, citado por Gómez-Heras (2000), que propone una “técnica
de alianza” entre
hombre y naturaleza donde se establece un pacto de respeto hacia las
leyes naturales para potenciar la colaboración y evitar el conflicto
del hombre con su entorno, donde Bloch propone revisar el concepto
vigente de progreso, que a menudo es identificado con el de
desarrollo tecnológico y presupone que progresar implica abandonar
nuestro pasado para permitir que “cualquier futuro nos sorprenda
con sus novedades”, y que en su concepción progresar no debe ser
reducido solamente a incremento de racionalidad tecnológica ni a
logros económicos e utilitarios, pero si, indicar un éxodo hacia lo
mejor posible, lo que el autor llama de “reencantamiento del
mundo”, progresar implica en incremento de valores culturales,
morales y humanistas (Gómez-Heras, 2000, 54-55).
Las
invenciones motivadas por la ganancia mercantil hacen con que las
relaciones hombre-naturaleza pierdan su primitiva armonía y
compenetración, desarrollándose bajo imperativos de utilidad y
lucro. El técnico ejerce una suerte de astucia colonial sobre los
recursos materiales y la naturaleza tiende a convertirse en esclava
dócil.
Por
otra parte, cuando el hombre pone la inventiva al servicio de los
intereses de la colectividad social es cuando teleología
de la naturaleza y bien común coinciden,
la invención tecnológica se desarrolla no en función de la
ganancia, que reporta, sino de las necesidades que satisface. Su
finalidad es la justicia y no el lucro. El desarrollo
tecnológico-instrumental, en este caso, está destinado a
reconciliar al hombre y la naturaleza, construido a partir del
principio teleológico imperante en ambos. La técnica, adquiere, en
tal hipótesis, rango de factor utópico, y queda integrada en la
utopía de la sociedad y de la historia. Una vida humana en armonía
con la naturaleza implica, pues, “un
tipo de técnica inspirada en valores ético-políticos diferentes a
los vigentes en un sistema lucrativo-mercantil.”
(Gómez-Heras, 2000, 56-57).
Todavía,
se puede encontramos en Dobson (1997) el cambio de visión para una
proposición mas radical: Muchas personas se consideran bien
informadas cuando sostienen que el mundo no humano debe ser
preservado: a) como reserva de diversidad genética para fines
agrícolas, médicos y de otro tipo; b) como material de estudio
científico, por ejemplo de nuestros orígenes evolutivos; c) para
fines recreativos y d) por las oportunidades que proporciona de
placer estético e inspiración espiritual. Sin embargo, aunque bien
informadas, todas estas razones se relacionan con el valor
instrumental del mundo no humano para los humanos. Lo que se echa de
menos es alguna percepción de una visión más imparcial,
biocéntrica
–
o centrada en la biosfera – en la cual se considere que el mundo no
humano tiene un valor intrínseco (Bunyard apud Dobson, 1997: p. 42).
Las
éticas llamadas de biocéntricas, en oposición a las
antropocéntricas, buscan atribuir intereses y finalidades morales a
la naturaleza, y, por consiguiente, considerar una actitud de respeto
por la naturaleza, en resumen, una visión biocéntrica consistiría
en aspectos como:
01-Los
seres humanos son miembros de la comunidad de vida de la Tierra del
mismo modo que el resto de los miembros no humanos.
02-Los
ecosistemas naturales de la tierra como totalidad son considerados
como una red compleja de elementos interconectados en la que el
funcionamiento biológicamente correcto de cada ser depende a su vez
del correcto funcionamiento de los demás.
03-Cada
organismo individual es concebido como un centro teleológico de vida
que persigue su propio bien de una manera específica.
04-Los
seres humanos no son “inherentemente” superiores a otras especies
(Castelo, 1996: p. 181).
Sosa
acrecentaría aún:
01-
Perseguir, como fin desinteresado y último, la protección y
promoción del bien de los organismos y comunidades de vida de los
ecosistemas;
02-Considerar
las obligaciones que tienden a esos fines como obligaciones prima
facie;
03-Experimentar
sentimientos positivos y/o negativos hacia los estados de cosas del
mundo, en tanto sean favorables y/o desfavorables al bienestar de los
organismos y comunidades de vida (Sosa, 1994, 107).
La
principal característica de las propuestas éticas biocentricas es
la atribución de valor intrínseco a la naturaleza, sea a seres
individuales (biocentrica) o a organismos colectivos (ecocentricas).
Según John O’Neill (apud Dobson, 1997: p. 72) un objeto tiene
“valor intrínseco” si es un fin en sí mismo y no un medio para
otro fin, es decir, su “valor objetivo” independientemente de la
valoración de los tasadores.
Para
Castelo (1996) un valor intrínseco es aquél que algo posee por sí
mismo, es decir, con independencia de su contribución al valor de
cualquier otra entidad. Es, por tanto, un valor originario que no se
debe a la relación instrumental del objeto o estado valorado con
cualquier otro objeto de valor (Castelo, 1996: p. 35).
La
principal característica de este tipo de argumento se basa en la
atribución de valor intrínseco a la vida, donde la fuente de
inspiración es la “Ética de la Tierra” de Aldo Leopold que
preconiza que “Una cosa es correcta cuando tiende a preservar la
integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Es
equivocada cuando tiende en otra dirección” (Leopold, apud Dobson
1997, 76).
Según
Hume, citado por Castelo (1996, 258) deberíamos preservar la
integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica porque:
La
ciencia ha descubierto que el medio natural constituye una comunidad
de que el ser humano, como producto de un mismo proceso de evolución
orgánica, es miembro.
Estamos
dotados de ciertos sentimientos morales (simpatía, respeto, etc)
hacia nuestros semejantes.
Por
lo tanto, deberíamos tener, y los tenemos de manera general cuando
estamos informados suficientemente, una actitud positiva
(sentimientos morales positivos) hacia la comunidad (biótica, mixta
y humana) a la que pertenecemos y hacia todos sus miembros, que son
afines a nosotros.
Todavía,
los críticos de esta concepción se basan en el argumento de que la
valoración ética es una característica del hombre y que, por
tanto, es imposible la estructuración de un proceso de valoración
ética que saiga de los limites del antropocentrismo, como mucho
aceptan la concepción de un antropocentrismo débil, que se basaría
en una relación dialéctica entre hombre y naturaleza regida por el
principio de la responsabilidad del hombre para con la naturaleza.
A
este antropocentrismo débil Marcos (2001) llama de “humanismo”,
donde se aboga por el reconocimiento del valor inmenso de los seres
humanos junto al del resto de los seres, en continuidad con el mismo,
así como de la legitimidad del ser humano para intervenir
cuidadosamente sobre la biosfera, para humanizar su entorno. El
humanismo está fundado sobre la idea de cuidado de la naturaleza,
que no excluye su utilización para la buena vida del ser humano, y
“admite que las relaciones del hombre con otros seres naturales
pueden tener carácter moral.” (Marcos, 2001, 152)
Para
Castelo, la solución “ecohumanista” consiste en seguir a la
naturaleza en un sentido prudencial o moderadamente utilitarista,
donde el valor de los ecosistemas es un valor derivado: el bienestar
y la supervivencia humana dependen de él:
1-Las
ciencias biológicas, incluida la ecología, soportan la visión de
la naturaleza como integrada sistémicamente. El ser humano es un
miembro dentro del continuo evolutivo. Y el abuso ambiental amenaza
la vida, la salud y la felicidad humana;
2-Los
seres humanos comparten un interés común a la vida, salud y
felicidad;
3-Así
que, no deberíamos violar la estabilidad del medio natural, o mejor
dicho, las condiciones naturales idóneas para la vida (Castelo,
1996: p. 203).
Gómez-Heras
(2000) habla de un “valor natural” de la naturaleza como la vida,
la belleza, la diversidad que exceden las fronteras de lo humano,
pero para que dichos valores adquieran
competencia normativa, o sean objeto de valoración moral es
necesario la intervención humana, o sea, “no es posible el mundo
moral sin el sujeto moral”. Y, que los dilemas de una ética
ecológica se resuelven, por tanto, reconociendo, “por un lado, los
valores y la dignidad de la naturaleza y, por otro, la
responsabilidad del hombre, autónomo y libre, en la toma de
decisiones conforme a razón” (Gómez-Heras, 2000, 14).
En
resumen, se puede rechazar el antropocentrismo con su característica
antiecológica que rompe la armonía y la convivencia respetuosa que
la sociedad humana debe mantener con la naturaleza planetaria, pero
se puede practicar el principio de la responsabilidad individual y
colectiva del hombre hacia la naturaleza como forma de restablecer
principios básicos rotos y reaproximar el hombre de la comunidad
biótica de la cual él también hace parte.
AUTORES
Y CONCEPCIONES ACERCA DE LA ÉTICA ECOLÓGICA
La
principal característica de los autores que proponen una ética
ecológica, es el cambio del eje de la forma de pensar y accionar, o
sea, el cambio del antropocentrismo hacia el llamado BIOCENTRISMO1,
presuponen la revisión del antropocentrismo tradicional y sostienen
que no sólo el ser humano merece consideración moral, pero toda
forma de vida la merece. Partiendo de esta afirmación, se puede
citar algunos de los autores que más han influenciado en la
construcción de esta línea de pensamiento:
Henry
D. Thoreau (Walden, 1854): Se refiere a las relaciones del hombre con
la naturaleza, trata de la celebración de la vida y llama los
hombres para que reconozcan la grandeza de la vida. Frente a un ser
humano que, a pesar de su proximidad, tiene la naturaleza solamente
como un instrumento de sus intereses, propone que el hombre debe ver
la naturaleza como fuente de autoidentidad, capaz de dar sentido a la
vida humana, donde es mejor vivir sencillamente para perfeccionar la
propia vida en un contacto continuo con la naturaleza. Es considerado
como el primer precursor del ecologismo.
Aldo
Leopold (A
sand country almanac, and sketches here and there,
1949): Propone una “ética de la tierra”, donde se debe sustituir
el papel de conquistador (hombre) por el de simple miembro y
ciudadano de la tierra. Considera que el conquistador no sabe nada y
por eso, a lo largo, todas sus conquistas se terminan volviendo en
contra de si mismo (Gómez-Heras, 2000, 242).
“Toda
ética hasta hoy creada se basa en una sola premisa: que el individuo
es miembro de una comunidad de partes interdependientes (...) la
ética de la tierra simplemente ensancha las fronteras de la
comunidad para incluir suelos, agua, plantas y animales o, de manera
colectiva, la tierra” (Leopold
apud Mccloskey, 1988, 63).
Ernest
Bloch (Das
Prinzip hoffnunq,
1959): No se puede calificarlo como biocéntrico, una vez que no
propone el cambio del antropocentrimo hacia el biocentrismo, pero
propone un punto medio en la cuestión, donde la “humanización de
la naturaleza” y la “naturalización del hombre” fundamentan el
“Reencantamiento del mundo”, o sea, una posible alianza entre
hombre y naturaleza como solución a los conflictos, donde existiría
una relación dialéctica de mutua dependencia entre el hombre y su
entorno.
Albert
Schweitzer (Kultur
und Ethik,
1960): Propone una Ética de reverencia ante la vida, partiendo del
valor absoluto de la vida y las relaciones del hombre con los seres
vivientes, utiliza el principio “yo soy vida que quiere vivir en
medio de vida que quiere vivir” en oposición al “pienso luego
existo” de Descartes. Y que solo mediante la reverencia ante la
vida, podríamos llegar a mantener una relación espiritual y
plenamente humana tanto con el resto de las personas como con todas
las criaturas vivas.
Paul
W. Taylor (Normative
discourse,
1961): Propone una Ética de respeto ante la vida, donde considera
que el valor moral debe ser inherente a todos los seres vivos, dando
énfasis en el valor de los organismos individuales que persiguen su
propio bien a su propio modo. Presenta una ética medioambiental
centrada en la vida como alternativa a las éticas centradas en lo
humano. Considera que las cosas vivas merecen el interés y la
consideración de todos los agentes morales simplemente en virtud de
ser miembros de la comunidad de vida del planeta y, por tanto, tienen
un valor intrínseco por ser miembros de esta comunidad.
Robin
Attfield (Values,
Obligation and Metaethics,
1965): Reconoce valor intrínseco a los organismos por su capacidad
natural de florecimiento la cual es merecedora de una valoración
intrínseca por sí misma. Argumenta a partir de la analogía
existente entre cualidades comunes a seres vivientes, que exige
comportamientos iguales para seres iguales.
Barry
Commoner (The
Closing Circle,
1971): El círculo vital, roto por los seres humanos, ha de cerrarse,
pero esta operación es posible debido al hecho de que este
rompimiento no
ha sido provocado por necesidades biológicas, sino por la
organización social que los hombres han inventado para conquistar la
naturaleza. Propone un cambio social partiendo de una acción social
racional, informada y colectiva, o sea una organización racional y
social del uso y distribución de los recursos naturales o una “nueva
barbarie”.
Arne
Naess (The
shallow and the deep. Long-range ecological movement, 1973):
El movimiento llamado de Deep Ecology tiene su origen en el trabajo
del filósofo noruego Arne Naess en su articulo de 1973 que hace
referencia al termino “ecología profunda”, se fundamenta ocho
principios:
01-Tanto
la vida humana como la no humana tienen valor intrínseco.
02-La
riqueza y diversidad de las formas de vida tiene un valor en si y
contribuye al florecimiento de la vida humana y no humana.
03-Los
humanos no tenemos derecho a reducir la riqueza y diversidad de las
formas de vida salvo por necesidades vitales.
04-La
interferencia de los humanos en la naturaleza es ya excesiva, y, lo
que es peor, va a más.
05-el
florecimiento de la vida humana y de las culturas es compatible con
un descenso sustancial de la población humana. El florecimiento de
la vida no humana lo exige.
06-Para
que mejoren las condiciones de vida se requieren cambios políticos
que afectan a las estructuras económicas, tecnológicas e
ideológicas básicas.
07-Los
cambios ideológicos afectan principalmente al aprecio de la calidad
de vida, más que del alto nivel de vida.
08-Los
que suscriben los puntos anteriores tienen la obligación de
participar directa o indirectamente en la producción de estos
cambios.
René
Dumont (L’utopie
ou la mort,
1973): Propone tres ideas básicas: a) la asociación con la
naturaleza, en lugar de su dominación; b) la imposibilidad de
predecir el futuro, pero la conveniencia y necesidad de configurar el
que queremos; c) la preocupación por el ser más que por el tener.
Fritz
Schumacher (Lo pequeño es hermoso, 1974): Considera que la humanidad
sufre una “enfermedad metafísica” que consiste en no sentirse
parte de la naturaleza, sino una fuerza externa destinada a dominarla
y conquistarla. Propone una revolución en la tecnología que
invierta las tendencias destructivas, o sea una tecnología
intermedia, ni tan sofisticada y costosa como en los países
desarrollados, ni tan retrasada como en los países subdesarrollados.
Peter
Singer (Al
animals are equal,
1974): Reconoce valor moral a los seres vivos individuales capaces de
sentir dolor, centra sus ideas en el reconocimiento de los derechos
de los animales basado en el hecho de que los intereses de los
animales
se derivan de su condición de seres “sintientes”. Parte del
principio de igualdad para justificar el no causar daño, o minimizar
el daño a los seres “sintientes”, y, por tanto, a los animales2.
John
Rodman (The
liberation of nature,
1977): Parte del principio de que todo lo natural (incluido el
hombre) merece consideración moral en función de “ser” o de
existir.
Baird
Callicott (Elements
of an environmental ethic,
1979): Discípulo de Aldo Leopold, propone una ética ambiental
valorando a la comunidad biótica y asigna diferentes valores morales
a los individuos que forman parte de la comunidad y el hombre no es
considerado un caso especial, una vez que es mas un miembro de la
comunidad biótica y dependiente del mundo natural. Las obligaciones
morales del hombre para con la comunidad biótica pueden ser
derivadas de las descripciones de la misma. Supone la evolución
biológica de los sentimientos morales hacia un nivel de mayor
responsabilidad moral hacia la comunidad biótica.
James
Lovelock (Gaia.
A new look at life on Earth, 1979):
Considera la tierra como un organismo vivo, la llamada de Hipótesis
Gaia, donde la atribución moral vendría del reconocimiento de la
biosfera en su conjunto por ser esta un ser vivo en su totalidad.
CONCLUSIONES
En
conclusión y con base en los autores arriba mencionados, se puede
aceptar una propuesta de antropocentrismo débil como punto de
partida para una nueva forma de relación entre hombre y naturaleza,
donde se puede producir un cambio del hombre como ser dominador,
explotador que solamente ve en la naturaleza una fuente de materias
primas y depósito de residuos para un hombre que, mismo utilizando
la naturaleza como fuente de su subsistencia, le atribuye respeto y
valor moral, sendo que esta perspectiva se puede considerar como
principal característica de la ética ecológica. Me parece
razonable el posicionamiento de Gómez-Heras al afirmar que el hombre
no es el primer ser enloquecido capaz de transformar el medio y
correr a su destrucción, sino el primer ser racional capaz de darse
cuenta del peligro de su propia capacidad para transformar el medio”
(GÓMEZ-HERAS, 2000, 229). Así, en la concepción ecológica el eje
de la cuestión deja de poner el hombre como centro del universo y
parte para una concepción integradora donde el hombre se reconcilia
con la naturaleza y pasa a ser visto por él mismo no como mejor o
peor sino como miembro de esta.
BIBLIOGRAFÍA
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Extraido
de: http://acta.inpa.gov.br/fasciculos/39-1/PDF/v39n1a12.pdf