Sobre
los derechos de los animales
ÉTICA Y FILOSOFIA POLÍTICA- A
Prof.:
Fco. Fernández Buey
1
En las últimas
décadas, y señaladamente desde la publicación de los trabajos de
Christopher Stone y de Peter Singer en 1974 y 1975, se ha suscitado
sobre todo en la filosofía moral anglosajona una interesante
controversia acerca de nuestras relaciones con los animales y con la
naturaleza en general en plano moral y jurídico. Se empezó entonces
a discutir si debemos considerar como miembros de la comunidad moral
a los animales no humanos y se acuñó la expresión “derechos de
los animales”.
En 1977 la Liga
Internacional de los Derechos del Animal adoptó una declaración que
fue luego aprobada por la UNESCO y por la Asamblea General de la ONU.
Esta declaración
parte de la idea de que todo animal posee derechos y, en particular,
derecho a la existencia, derecho al respeto, a la atención, a los
cuidados y a la protección por parte del ser humano. La Declaración
propugna que ningún animal sea sometido a malos tratos ni a actos
crueles; que si la muerte de un animal es necesaria, ésta debe ser
instantanea, indolora y no generadora de angustia; que todo animal
perteneciente a una especie salvaje tiene derecho a vivir libre en su
propio ambiente natural. Se opone a la experimentación con animales
que implique un sufrimiento físico o psicológico, aunque esa
experimentación tenga fines médicos, científicos o comerciales.
Denuncia la cría de animales para la alimentación en condiciones
dolorosas y de sufrimiento. Amplía incluso el concepto de genocidio
incluyendo en él la muerte de un gran número de animales salvajes.
Más
recientemente se ha propuesto una declaración aún más específica
en favor de los derechos de los primates (chimpancés, gorilas y
orangutanes), propiciada en 1993 por Paola Cavalieri y Peter Singer.
2
En el tema 3 nos
referimos a la discusión entre una ética antropocéntrica y
una ética biocéntrica. Y vimos, de acuerdo con Ferrater/Cohn
y con Singer, que hay razones para considerar que una ética
antropocéntrica de tipo tradicional es insuficiente para hacer
frente a los problemas medioambientales actualmente percibidos y a la
defensa de la biodiversidad generalmente aceptada en nuestra época.
Una ética
biocéntrica o, en general, una ética que incluya en la comunidad
moral por lo menos ciertos animales próximos al ser humano en la
escala de la evolución tiene que hacer frente a algunas creencias
muy establecidas y a no pocos prejuicios. La objeción más trivial
es que bastante tenemos con nuestra responsabilidad para hacer frente
al mal de los humanos en el mundo como para ocuparnos también de los
derechos de los animales. Fernando Savater ha expresado así esta
opinión muy extendida en una polémica pública con el lógico Jesús
Mosterín:
”En punto a
barbarie bastante tenemos los europeos de hoy con intentar combatir
entre nosotros a quienes pretenden tratar a ciertos hombres como
animales; espero que no tengamos que enfrentarnos también a un nuevo
género de bárbaros, empeñados en tratar a ciertos animales como a
humanos”.
En ese mismo
contexto Savater argumentaba que nadie conoce mejor que el aficionado
a los toros la diferencia que hay entre maltratar a un toro o
lidiarlo como es debido. Algo parecido se suele decir también de la
actitud de los cazadores con respecto a los animales cazados. Pero
cada vez son más las personas que sienten moralmente mal ante
prácticas tradicionales, como la fiesta de los toros en España o la
caza del zorro en Inglaterra y que no ven diferencia fuerte entre
“lidiar a un todo como es debido” y “maltrarlo”, de la misma
maner que no ven diferencia fuerte entre el asesinato “considerado
como una de las bellas artes” y el asesinato como “chapuza de
aficionado”. Parece que hay motivos para reconsiderar el tema de
nuestras relaciones con los animales no-humanos más allá de las
trivialidades de base. Y eso es precisamente lo que están intentando
hacer autores como Singer y Cavallieri o como Mosterin y Riechmann.
3
Los autores que
tratan de los derechos de los animales suelen compartir la adopción
de un punto de vista evolucionista en ética. Dicho con un poco más
de precisión: no aceptan la existencia de una diferencia o
discontinuidad radical entre el mundo de lo humano y el mundo de los
animales y se abonan a la idea de un continuo evolutivo
fisio-biológico-social. Por lo general, de la tesis tradicional,
derivada del dualismo metafísico, según la cual hay un “abismo
ontológico” y una diferencia antropológica radical,se pasaba sin
más a la tesis de la existencia de una frontera del reino moral.
Pero el conocimiento científico hoy disponible y, más
concretamente, la perspectiva evolucionista y toda una serie de
investigaciones derivadas de la biología molecular, introduce
limitaciones y correcciones a tal convicción.
Es interesante,
en este sentido, tener en cuenta la diferencia entre el hombre y el
chimpancé desde el punto de vista de la biología molecular y desde
el punto de vista de la etología, la paleontología y la
antropología. El límite entre las distintas especies animales se
vuelve difuso en el horizonte abierto por la tecnociencia
contemporánea.
Los tres tipos
de homínidos vivientes (humanos, chimpacés y gorilas) estamos mucho
más emparentados entre nosotros, en términos evolutivos, que
cualquiera de los tres con los orangutanes, y los chimpancés están
emparentados más estrechamente con los humanos que con los gorilas,
como ha probado el análisis comparativo del ADN. Cultura, uso de
herramientas, vida en comunidad, vínculos emocionales profundos,
memoria, sentido del tiempo y sistema de comunicación complejo
(“lenguaje”: los chimpancés que han aprendido a hablar por
signos pueden enseñar a hacerlo a sus crías ) no son atributos
exclusivamente humanos [cf. a este respecto los estudios de Jane
Goodall sobre comunidades de chimpancés en libertad, de Sabater
Pi sobre el chimpancé y los orígenes de la cultura y de George
Mounin sobre la gradación continua entre las distintas formas de
comunicación animal y el lenguaje humano que minan la idea
antropocéntrica de la existencia de un corte radical entre ambos
sistemas de comunicación). [Comentar texto fotocopiado de Lyn White
Miles sobre las capacidades del orangután Chantek].
4
Del paso de la
tesis del “abismo ontológico” a la tesis del “continuo
evolutivo con gradaciones” no se deriva lógicamente, sin más, el
paso del antropocentrismo moral al biocentrismo moral. Pero a partir
de la tesis general de que no hay un “abismo ontológico” entre
el ser humano y otros animales, sino diferencias de nota dentro de un
continuo, parece posible argumentar plausiblemente a favor de lo que
algunos autores han llamado biocentrismo moral débil
compatible con un antropocentrismo moral también débil.
Para llegar a
esta conclusión hay que diferenciar antes entre antropocentrismo
epistémico y antropocentrismo moral. Así se pretende
evitar una confusión muy corriente.
En el sentido
epistémico el animal humano es necesariamente antropocénrico, como
la cigüeña es cigueñocéntrica y la serpiente tiene que
ofidiocéntrica, en la medida en que toda especie biológica dotada
de ciertos mecanismos sensoriales y cierta estructua neuronal percibe
y concibe el mundo de una manera única, diferente de las otras
especies. Antropocentrismo moral quiere decir que los intereses
humanos son moralmente más importantes que los intereses de los
animales o de la naturaleza en su conjunto. Al antropocentrismo moral
se opone el biocentrismo moral que afirma que todo ser vivo merece
respeto moral.
El
antropocentrismo moral fuerte dice que ningún ser no humano merece
respeto moral y el biocentrismo moral fuerte niega que puedan
establecerse distinciones de ningún tipo entre el respeto moral que
merecen diferentes clases de ser vivos. Estas dos posiciones se
oponen radicalmente. Piénsese, por ejemplo, en la afirmación
recogida más arriba sobre los toros y, en el otro extremo, en la
presunción según la cual, desde el punto de vista moral es más
condenable matar por capricho una mariposa que matar a otro humano en
defensa propia. No parece haber contradicción, en cambio, entre
defender un antropocentrismo moral débil y un biocentrismo moral
débil en el sentido de defender que todo ser vivo merece respeto
moral, pero unos seres vivos más que otros (los animales más
evolucionados y con capacidades más ricas merecen más respeto moral
que los animales menos complejos). Esta última distinción se
basaría en el reconocimiento de que hay diferencias de base, entre
especies, en la capacidad de sentir y sufrir.
5
Para llegar a
esta conclusión todavía se necesita dar un paso intermedio: la
fundamentación de una ética no estrictamente racionalista (del tipo
de la derivada del concepto cartesiano de razón), sino
atemperadamente racionalista, o sea, de una ética atenta a
las emociones y de los sentimientos morales, y no sólo a la razón.
Esta ética se basa en un concepto ampliado de racionalidad que
atiende no sólo al pensar y razonar (al entendimiento) sino también
a la capacidad de sentir y sufrir.
Las emociones
morales constituyen la piedra de toque de las teorías morales. La
manera que tuvo J. Bentham de plantear el asunto en 1789 es
interesante para ejemplificar esto en la medida en que establece como
criterio moralmente relevante la capacidad de sentir:
“ Si todo se
redujese a comerlos, tendríamos una buena razón para devorar
algunos animales tal y como nos gusta hacer: nosotros nos hallaríamos
mejor y ellos no estarían peor, ya que no tienen capacidad de
anticipar como nosotros los sufrimientos futuros. La muerte que en
general les damos es más rápida y menos dolorosa que la que les
estaría reservada en el orden fatal de la naturaleza. Si todo se
redujese a matar, tendríamos una buena razón para destruir a los
que nos perjudican: no nos sentiríamos peor por ello, y a ellos nos
les sentaría peor estar muertos.¿Pero hay una sola razón para que
toleremos el que se les torture? No conoczco ninguna. ¿La hay para
que rechezamos atormentarlos? Sí, y muchas. [...] Quizá un día se
llegue a reconocer que el número de patas, la vellosidad de la piel
o la terminación del os sacrum son razones igualmente insuficientes
para dejar abandonados al mismo destino a un ser sensible. ¿Qué ha
de ser, si no, lo que trace el límite insuperable? ¿Es la facultad
de la razón o quizá la del discurso? Pero un caballo o un perro
adulto es, más allá de toda comparación, un animal más racional,
y con el cual es más posible comunicarse, que un niño de un día,
de una semana o incluso de un mes. Y aun suponiendo que fuese de otra
manera, ¿qué significaría eso? La cuestión no es si pueden
razonar, o si pueden hablar, sino ¿pueden sufrir?”.
Un punto de
vista así, que se atiene al criterio de la capacidad de sentir de
los animales nos hace a nosotros también más sensibles. Esto
no cambiaría nuestro antropocentrismo epistémico. Pues el
“especieismo” (o sea, la percepción del mundo derivada de la
pertenencia a la especie) no es objetable en la medida en que da más
importancia a la propia especie que a otras, sino cuando no da
ninguna importancia a las demás especies), de la misma manera que no
es objetable moralmente la preferencia (que todos tenemos) por la
propia familia, por la propia étnia, por la propia cultura o por la
propia nación más que en la medida en que esta preferencia se
convierte en falta de respeto a otras.
Pero la adopción
de la perspectiva de los sentimientos morales sí nos hace pensar
acerca de nuestro antropocentrismo moral derivado y permite encontrar
un lazo de unión con la posición biocéntrica. Posiblemente ese
vínculo es el que une la ética de las emociones con la ética de la
compasión en el sentido de Schopenhauer. En 1839 Schopenhauer
escribía que “una compasión sin límites hacia todos los
seres vivientes es la garantía más firme y segura de la moralidad
[...] porque protege también a los animales, a quienes los demás
sistemas morales europeos dejan irresponsablemente de lado”. Esta
argumentación implica ya una crítica del dualismo cartesiano.
Frente a la
ética de los sentimientos morales y de la compasión ampliada a los
animales no humanos se contrargumenta a veces que personas y grupos
humanos conocidos por su amor a los animales han sido luego, o
simultáneamente, energúmenos o bárbaros en su trato con otros
humanos. Se cita en ese contexto a destacados dirigentes nazis y se
aduce que, por ejemplo, la misoginia de Schopenhauer tiene que ver
con eso. Pero contrargumentos ad homine de este tipo dan poco de sí,
porque los ejemplos suelen vengarse de quienes los emplean. No se ve
por qué tiene que establecerse relación directa entre una cosa y
otra. Una vez más es mejor reconocer que nuestras éticas tienen
fundamentos culturales y que, a partir de ellos, se puede comparar
positivamente.
Una ética
moderamente biocéntrica, o por lo menos atenta al continuo del
proceso evolutivo y al papel de los sentimientos morales, resulta más
atenta y preocupada que una ética antropocéntrica ante ciertas
prácticas tradicionales por las que se tortura a animales sintientes
(las fiestas de verano en las que se comenten barbaridades sin cuento
con toros, vacas, cabras, asnos, etc., en muchos lugares de nuestra
geografía, son reveladoras). Y no sólo ante tales prácticas
tradicionales, sino también ante algo mucho más moderno que se ha
hecho habitual en nuestras sociedades:la experimentación
tecnocientífica con animales haciendo caso omiso del sufrimiento de
éstos o la cría de determinadas especies animales para la
alimentación humana en condiciones tecnológicamente excelentes
(desde la perspectiva antropocéntrica) pero deplorables para los que
las sufren. Pues en esto ocurre como en todo lo demás: contra lo que
se piensa, la cualidad de la barbarie también aumenta con el
refinamiento de la cultura, se hace más aséptica pero más
devastadora, más depredadora.
6
Otro aspecto de
la controversia es si podemos hablar propiamente de “derechos”
tratándose de animales no-humanos. El habla cotidiana parece no
encontrar problema en esto, pues frecuentemente exclamamos “no hay
derecho” ante la visión de prácticas como las anteriormente
mencionadas. Pero en su acepción técnica los derechos parecen
reservados a las personas por lo que algunos filósofos morales
tienen reticencias ante la propuesta de su ampliación a los
animales. Jesús Mosterín replica así: “Decir que algún grupo
(humano o animal) tiene derechos no reconocidos por la ley es una
manera de hablar que equivale a demandar la reforma de la ley para
que incorpore como normas legales tales presuntos derechos. Cuando
reivindicamos los derechos de los animales estamos pidiendo cambios
en la legislación y en las costumbres”.
Así es
realmente. El único derecho existente es el derecho positivo. Y éste
tiene carácter histórico. La idea de un fundamento absoluto de los
derechos humanos es una ilusión. Lo que llamamos derechos humanos es
el resultado de un largo proceso histórico. Los derechos humanos
reconocidos por la primera declaración formal en ese sentido eran,
como se ha dicho muchas veces, derechos del varón blanco y adulto.
Desde 1793 estos derechos han sido ampliados en función,
precisamente, del reconocimiento de que “no hay derecho” a que
las mujeres, los negros, los niños, etc. siguieran siendo
descriminados. Es cierto que desde ahí al reconocimiento de ciertos
derechos a los animales no-humanos hay un salto. Pero no hay por qué
pensar que se trata de un salto moral. Al contrario: se puede estar
de acuerdo con Norberto Bobbio en que criticar la ilusión del
fundamento absoluto de los derechos humanos es parte de la propuesta
de una segunda ilustración Esta se podría formular en
términos de paz con el planeta y en particular de los seres humanos
con los seres no humanos.
Por otra parte,
el que los animales no sean agentes morales no es razón suficiente
para que no puedan llegar a ser considerados titulares de derechos ni
equivale a tomar a los animales por humanos [una propuesta de
reconocimiento limitado de derechos a los animales se puede ver en
Riechmann cit. en Bibliografía].
7
Serían
derivaciones aceptables de un punto de vista biocéntrico moderado
(que enlaza con lo dicho sobre ética medioambiental) las siguientes:
1) Preservar la
mayor cantidad posible de hábitats naturales mediante el
establecimiento de grandes parques nacionales y reservas terrestres y
acuáticas (y aquí hay que plantearse el problema de si el mancaje
electrónico de ejemplares animales, inicialmente con la finalidad de
preservar determinadas especies en peligro, no está llegando ya a la
exageración obsesiva del control humano que se pervierte por los
intereses económicos).
2) Prohibir la
caza deportiva (no hay razón para seguir trivializando una práctica
como la caza que en determinados estadios de la historia de la
humanidad ha tenido una función y un sentido claros e incluso
ecológicamente respetables, pero que ya no los tiene en la mayor
parte del planeta).
3) Reducir y
limitar severamente la pesca, sus artes y sus capturas compensando
parcialmente con una moderada piscicultura.
4) Garantizar
que los animales dedicados a comida humana deben ser transportados y
matados sin dolor.
5) Garantizar el
respeto a los animales de compañía y, en caso de enfermedad o
accidente grave, su eutanasia.
6) Limitar la
experimentación con animales en la industria química, farmacéutica,
militar, cosmética y alimentariaa y prohibir aquélla en que es
evidente que la muerte de los mismos se produce con sufrimientos, a
veces atroces.
INDICACIONES
BIBLIOGRÁFICAS
I.
Panorámica:
Ferrater/Cohn
cit. págs. 59-91.
II.
Antología de textos:
L. Ferry
y C. Germé. Des animaux et des hommes. Anthologie de
textes. Paris, Librairie Génerale Francaise,
1994.
III.
Un texto precursor:
H.
Salt, Animal´s
Rights [1895], Pennsilvania, Clark´s
Summit, 1980.
IV.
Monografías:
Jesús
Mosterín y Jorge Riechmann, Animales y ciudadanos,
Madrid, Talassa, 1995
Jesús
Mosterín, Los derechos de los animales. Madrid,
Debate, 1995
Ch.
Stone, Should Trees
Have Standing? Toward Legal Rights for Natural Objects.
Los Altos (California), W. Kaufmann, 1974
Peter
Singer, Animal
Liberation. A New Ethic for Our Treatment
New York, Random House, 2º ed., 1990
V.
Coleman, Por qué debe cesar el genocidio de animales.
Barcelona, Límite, 1992
P.
Cavalieri y P. Singer (Eds.) The Great
Ape Project. Londres, Fourth Estate,
1993.
No hay comentarios:
Publicar un comentario