Comportamientos de consumo
y decrecimiento sostenible
Esta
conferencia fue impartida el sábado, 1 de abril de 2006, en el seno
del Encuentro
de
Primavera de CIMA (Científicos por el Medio Ambiente,
www.cima.org.es). El encuentro,
celebrado los días 31 de marzo y 1 de abril, llevaba por título:
Encuentro de primavera CIMA 2006. Energía y sociedad: los debates
sobre el agotamiento del petróleo y el “decrecimiento sostenible”.
Madrid, 31 de marzo, 1 de abril.
Autor: Vicente
Manzano – 2006
Introducción:
Por
lo general, lo que mueven son las ideas y los conceptos. A pesar de
ello, en muchos contextos los argumentos suelen ser numéricos. En
ello estamos acostumbrados en Ciencia: a expresarnos con datos, y
ello a pesar de que criticamos su origen, codificación y gestión en
el seno de la metodología estadística (ver, por ejemplo, Huff,
1954). En esta intervención, si bien mi dedicación académica se
emplea en el análisis de datos, voy a acudir poco o nada a los
números. Mi objetivo va a ser remover conceptos, por considerarlos
cuestionables, e intentar ser útil en cierta medida, arriesgándome
a
proponer
vías de acción.
La
Ciencia suele ser concebida como una institución poderosa porque es
la principal responsable en los procesos de construcción de
conocimiento. Esta característica es, como todo, muy discutible.
Pero tiene dos consecuencias interesantes para esta intervención.
Por un lado, la ciencia cuenta con una excelente reputación que
provee prestigio y credibilidad social. La imagen tópica del
científico es la de una persona excéntrica, algo aislada de la
realidad social cotidiana, con un cerebro privilegiado y capaz de
generar conocimiento de alta calidad, inalcanzable para el resto de
los mortales. Tal vez por esta imagen parcialmente apetecible, se
comprende la otra característica que viene al caso de esta ponencia:
existe un celo especial dentro de la institución para salvaguardar
su buena reputación. La Ciencia, desde esta perspectiva, se concibe
como un club selecto al que es difícil acceder y del que cabe la
expulsión en cualquier momento. Las diferentes disciplinas del saber
pugnan por acceder a este título e implican importantes esfuerzos en
labores de marketing interno y externo. Buena prueba de ello son las
denominaciones que van adquiriendo las titulaciones universitarias:
ciencias del comportamiento, ciencias de la información, ciencias de
la comunicación, ciencias del trabajo, ciencias de la educación,
ciencias económicas y empresariales, etc. Otra prueba de ello es el
esfuerzo descarado con que se abarrota la práctica docente con
afirmaciones indiscutibles con respecto al carácter científico de
cada disciplina y su correspondiente profesión.
Digo
que estas características son importantes en esta exposición porque
chocan con algunas de las afirmaciones que deseo realizar y que se
irán matizando. A saber:
1.
La ciencia, en el mejor de los casos, sólo tiene razón. Lo que es
muy
poco
o casi nada para conseguir objetivos de cambio social. Creemos
que
el trabajo se termina al describir qué ocurre, por qué ocurre o
qué
va a ocurrir.
2.
El crecimiento no tiene futuro. Si se para, malo. Si mantiene su
tendencia,
peor.
Pero el decrecimiento es sólo una idea, llena de esperanza,
pero
una idea.
3.
Aunque los problemas son reales, la batalla por las soluciones se
libra
en
la dimensión de los símbolos, donde la Ciencia se muestra
especialmente
torpe
y orgullosamente inoperante.
4.
La multidisciplinariedad y la alianza con los motores de cambio
social,
como
los movimientos sociales o las religiones, son las únicas vías
reales
de éxito para que el “mensaje de los científicos” cale en los
comportamientos
de consumo.
El
marco del trabajo del decrecimiento sostenible y de su relación con
el comportamiento
de consumo es un ejemplo excelente para concretar las afirmaciones
anteriores. De ello trata precisamente esta contribución. En primer
lugar, se abordará el concepto ambicioso, necesario y controvertido del
decrecimiento sostenible. Abordarlo nos llevará hacia los
comportamientos de
consumo. Finalmente, la intervención estaría incompleta si no me
aventurara
a realizar algunas propuestas en torno a qué se puede hacer desde
la iniciativa de la Ciencia, momento en el que se matizarán o se harán
ya matizado las afirmaciones anteriores.
Sobre el decrecimiento sostenible
La
justificación del decrecimiento sostenible es la misma que comparten otras
iniciativas como pueden ser el crecimiento sostenible, la
bioeconomía, la
economía ecológica o la ecología política, por ejemplo: no sólo
las predicciones sobre
el futuro del planeta (y de los seres que lo habitan) son alarmantes, sino
que el presente es ya difícilmente admisible desde un mínimo de
conciencia ética. Esta constatación se canaliza en torno a una
denuncia:
la
insostenibilidad del actual sistema... ¿de qué? ¿De producción?
¿De sociedad?
¿De
vida?
No
tiene sentido entrar aquí en la descripción de cuál es ese
presente ya difícilmente
admisible. A ello se han dedicado las intervenciones anteriores. En
un sector cada vez más amplio de la población, parte de la
inadmisibilidad de
la situación actual es ya conocida. Por ello, los líderes políticos
y las empresas
de tamaño medio o grande, se implican en discursos y eslóganes con
referencias a la sostenibilidad, la responsabilidad social, el
compromiso con
el medio ambiente, etc. Se ha conseguido generar cierta sensibilidad social
al respecto. No obstante, es necesario entrar en algunos detalles
sobre cómo
se está afrontando esta situación para entender el surgimiento y la
necesidad del decrecimiento sostenible. En este punto vamos a
considerar cuatro
pasos: qué cosa es esa del crecimiento, por qué hace aguas el crecimiento
sostenible, cuál es el papel que el decrecimiento sostenible está intentando
desempeñar en esta situación y qué críticas y contracríticas se barajan
al respecto.
Crecimiento
Muchos
conceptos están cargados de valor. Esto ocurre, por ejemplo, con el término
desarrollo. Se ha implicado tanto uso y discurso en torno a su
carácter positivo,
que cualquier elemento que lo acompañe queda imantado con
el mismo signo. Otros ejemplos destacados son evolución, progreso o crecimiento.
Los casos mencionados constituyen un conjunto poderoso en términos
de capacidad persuasiva. Cualquier aspecto que desee potenciarse ha
de ser asociado al desarrollo, al progreso, a la evolución o al
crecimiento.
Cualquier
propuesta que desee estigmatizarse se acompaña de la acusación de
ir en contra del desarrollo, del progreso, de la evolución o del
crecimiento.
El
uso habitual que se hace de ellos, además, los acerca al estatus de
sinónimos intercambiables para evitar la redundancia en los
discursos y la
acomodación de los receptores.
La
evolución suele encasillarse entre los conceptos biológicos
(evolución de las
especies), pero hace tiempo que transcendió ese campo y es normal
encontrar el
vocablo en expresiones como “evolución de los mercados”, por ejemplo.
El concepto implica constatar la existencia de cambios. Éstos pueden ser
valorados como positivos, negativos o neutros, lo que no los matiza en
absoluto en su naturaleza de cambios y, por ello, permiten pensar en evoluciones
deseables o indeseables.
Un
vistazo a la evolución de la sociedad (desligada de la biología),
nos permite observar
que han tenido lugar cambios cualitativos y cuantitativos. El
crecimiento
sólo casa con una de cuatro posibilidades: ocurrencia de cambios que
implican aumento de la cuantía del fenómeno. Uno de estos cambios es,
por ejemplo, el tamaño de la población: cada vez hay más personas habitando
la faz terrestre. Hay cambios cuantitativos que implican
decrecimiento.
Un
ejemplo es el conocimiento popular sobre la naturaleza. Cada vez
es más frecuente encontrar personas que desconocen qué árboles
producen qué
frutas, cuándo es la temporada de qué hortalizas o qué apariencia tienen
determinados animales cuando no se les ha desprovisto de la piel ni
se les ha troceado. Hay elementos que han aparecido, como la
contaminación atmosférica.
Y elementos que han desaparecido, como muchas especies
vegetales
y animales, etnias o lenguas. La evolución, pues, no es crecimiento, es
también decrecimiento, aparición y desaparición.
No
obstante, hemos ceñido nuestro mayor esfuerzo crítico en la
existencia de
crecimiento. Y no de cualquiera. Hay que hacer un análisis de
intervenciones,
textos y discursos diversos para identificar que la denuncia se ceba en
el par consumo-producción. Las críticas se centran en indicar que
el modo actual
con que se potencia consumir más para producir más, está generando multitud
de consecuencias negativas en el gran sistema planetario y en
los sistemas que engloba. Pedro Prieto 2, por ejemplo, señala que
para conseguir
que todo el mundo llegue a las cotas de consumo de EEUU, hay que
elevar un 500% el gasto energético, lo que es totalmente imposible.
De hecho,
con el consumo energético actual, no hay esperanzas de mantener nuestro
sistema productivo ni la sociedad que propicia más allá de quince o veinte
años más.
En
este punto es necesario hacer un llamamiento especial. Hemos
conseguido que
unos gritos suenen más que otros. La Ciencia se ha centrado, y lo hace
cada vez con mayor énfasis, en el deterioro medioambiental. Las
consecuencias que
el crecimiento del par consumo-producción están generando se
muestran en catástrofes naturales, enfermedades, desastres
agronómicos y
un largo etcétera que incluye un futuro desesperanzador. Pero es
necesario no
olvidar que el planeta tiene una resistencia que supera la que posee
la sociedad. Antes de terminar con nuestra casa, acabaremos con sus habitantes.
La insostenibilidad social de este modelo específico de crecimiento es
sin duda la más alarmante, con el presente más insoportable, que
más afecta a las entrañas de cualquier sensibilidad. Pero, es más,
y ello atañe
a mi especialidad, la insostenibilidad psicológica es aplastante y
suele obviarse
en los discursos.
Nuestro
modelo imperante y exportado de crecimiento genera una alienación de
límites mucho más amplios de lo que se llegó a imaginar. Algunas consecuencias
fácilmente constatables se miden, por ejemplo, en términos de
ignorancia, dependencia informativa, creación de realidad mediática,
estilos de
vida insolidarios, tendencia consumista, abandono de la
responsabilidad educativa,
generación de adicciones tecnológicas, promoción de violencia, uniformidad
de pensamiento, por mencionar sólo algunos aspectos.
De
forma menos esquemática:
Es
muy evidente el aumento de la ignorancia sobre el entorno inmediato y local,
así como la dependencia informativa y cognoscitiva de intermediarios de
la comunicación. Nunca como hoy el modelo de qué es realidad y qué
no lo
es ha estado más alejado de la competencia de las personas.
Conocimientos hasta
la fecha imprescindibles (como cuándo es la temporada de los
pimientos, qué características tiene mi pueblo, qué proceso ha
seguido
lo
que me estoy comiendo, etc.) se desvanecen y son ocupados por
estándares informativos,
como las etiquetas de los productos. Cada vez hay más gente
que sabe cómo se llama el presidente de los EEUU, y menos personas dispuestas
para o capaces de preparar un almuerzo.
El
crecimiento de consumo ha generado estilos de vida altamente
dependientes de
la posesión de bienes materiales. Un hogar occidental “decente” debe
contar con un mínimo de artilugios como televisión, ordenador,
lavadora,
lavavajilas, teléfono... Mejor dos coches que uno (para varios
miembros de
la familia o para varias funciones), además de un largo etcétera.
Todas
estas “necesidades” obligan a buscar empleo a los dos
progenitores que
abandonan literalmente la educación de los hijos ante la televisión,
Internet o
las instituciones. Este abandono se suple con más posesiones
materiales, pues
los padres canalizan parte de su sentimiento de culpa ante el abandono
mediante la dotación de más bienes materiales y gastos fáciles e indiscutidos
de ocio. En Japón, por ejemplo, saltó ya la voz de alarma ante
un
perfil creciente de niño: vive literalmente encerrado en su
habitación sin más
conexión con el exterior (que comienza en la puerta) que la
comunicación virtual.
Todo cuanto desea y conoce lo tiene en su habitáculo. La rotura de
los vínculos afectivos hace comprensibles fenómenos que se hacen
evidentes más
adelante, en episodios de violencia, por ejemplo. Esta experiencia, además,
genera una alta dependencia tecnológica en los ciudadanos que
se están formando, que hace inviable cualquier medida que atente
contra el
consumismo como ideología dominante.
Las
adicciones y el estrés son también consecuencias importantes. El
papel central
de la satisfacción de los apetitos individuales frente al trabajo
por el bien
común es un fenómeno creciente que cualquier investigación
internacional (como
la Encuesta Mundial de Valores) muestra de forma contundente.
El
abandono en los procesos formativos de los hijos hacia la televisión
y las instituciones
genera una notable uniformidad de pensamiento, acompañada de
una ausencia creciente de actitud crítica. Esta evolución es
evidente en todas
las regiones del planeta y bebe directamente de nuestro modelo de crecimiento.
Lo más preocupante de ello es que se trata de un sistema que se
alimenta de sí mismo. La ignorancia, el apetito egocéntrico y la
uniformidad de
pensamiento son automotores, ejemplos claros de procesos de
retroalimentación positiva.
Nunca como hoy hemos tenido menos tiempo, más necesidad
de empleo, más relaciones desestructuradas ni más ignorancia inmediata.
2 Energías renovables: ¿sustitutivas, paliativas o distractivas? Conferencia impartida
en este mismo Encuentro de Primavera de CiMA: Energía y Sociedad: los debates
sobre el agotamiento del petróleo y el decrecimiento sostenible. Madrid, 2006.
Crecimiento
sostenible
1. Si
el crecimiento del par genera consecuencias insostenibles. Entonces
pensemos en
cómo conseguir que el crecimiento pueda sostenerse. Ésta es la lógica
del paradigma del crecimiento sostenible. Así, por ejemplo, si la
movilidad genera
importantes daños medioambientales cuando se hace en coche privado
propulsado por derivados del petróleo, sigamos moviéndonos, pero
hagámoslo en autobuses o en tren. Si el consumo creciente de energía se
basa en las no renovables, sigamos creciendo en consumo, pero
hagámoslo
mediante
energías renovables, como la solar o la eólica. Con ello se pretende
garantizar que podamos crecer durante mucho tiempo, de tal forma que
se sostenga nuestro modo de vida en el futuro. En palabras de Lucena (2002:76):
“Se entiende como desarrollo sostenible aquel que permite satisfacer
las necesidades de las generaciones actuales sin poner en peligro la
satisfacción de las necesidades de las generaciones futuras”.
2.
Se encuentra en un terreno difuso, a medio camino entre dos polos
operativos.
“Atrapados en la vía muerta de un ‘ni crecimiento ni
decrecimiento’,
nos
resignamos a una problemática ‘desaceleración del
crecimiento’
que debería, según la probada práctica de los concilios,
poner
a todo el mundo de acuerdo sobre un malentendido. Sin embargo,
un
crecimiento ‘desacelerado’ condena a prohibirse gozar de
las
bondades de una sociedad armónica, autónoma y austera, ajena
al
crecimiento, sin preservar por ello el único beneficio de un
crecimiento
vigoroso,
injusto y destructivo del medio ambiente, a saber:
el
empleo” (Latouche, 2004).
3.
La ética humanista consideraba el planeta que habitamos, incluyendo
todos
los seres vivos no humanos, como instrumentos puestos a disposición
de
un mismo objetivo: la convivencia feliz de las personas.
Esta
concepción ha evolucionado hasta la ética planetaria (por ejemplo,
Boff,
2003), que considera que el cuidado del planeta es un fin
en
si mismo y no un instrumento. Este cambio de concepción no es
inocente
y tiene importantes repercusiones prácticas. El paradigma
del
crecimiento sostenible se inscribe, en el mejor de los casos, dentro
de
la ética humanista, en un momento en que llevamos tiempo
intentando
despegarnos de sus límites. Nace pues, fuertemente limitado.
4.
El crecimiento del crecimiento sostenible es compatible con el
crecimiento
del
crecimiento insostenible. Así, por ejemplo, el aumento de
la
eficiencia tecnológica (que permite generar los mismos efectos con
menos
gasto energético) se está combinando con un aumento de
consumo
de unidades que supera la ganancia de eficiencia por unidad.
En
términos simples: un coche hoy contamina la mitad que
ayer,
pero tenemos cuatro veces más coches, por lo que la contaminación
se
duplica.
5.
Del mismo modo que ocurrió con la idea de fraternidad paneuropea
del
Conde Kalergi o de la declaración de formación superior humanista
de
los rectores europeos (Manzano y Andrés, 2006), cuando el interés
político-económico
ha tomado las riendas de la idea del crecimiento
sostenible,
el concepto ha sido prostituido hasta dejarlo irreconocible.
En
la práctica, la expresión se encuentra en situaciones tan
paradójicas
como los eslóganes “XXX por el medio ambiente” para
una
empresa cementera o “XXX en el barco de la responsabilidad social”
como
presentación de una planta de ciclo combinado. El adjetivo
“sostenible”
ha sido tan recurrido, en contextos tan distintos y en
sentidos
tan diversos, que está perdiendo significado (Barzena,
2005).
6.
Tal vez las energías implicadas en el proceso de crecimiento
sostenible
sean
del tipo “renovables”, pero no los procedimientos que se
requieren
para
gestionarlas. Es necesario extraer materias primas, procesarlas,
transformarlas
en soportes y medios para la gestión de las
energías
renovables, transportarlos, almacenarlos, mantenerlos, recoger
sus
desechos tras su vida útil, etc. Nada de ello es renovable y,
por
tanto, el crecimiento de consumo hace también insostenibles a
los
procedimientos de gestión de las energías renovables.
7.
Tal vez la crítica más frontal es que la misma idea de que el
crecimiento
es
sostenible es contradictoria. No es posible ninguna alternativa
respetuosa
con el planeta y sus habitantes que acepte seguir
aumentando
los procesos de consumo y producción. Es una falacia en
su
significado original español: creencia malintencionadamente errónea.
Con
la expresión “crecimiento sostenible” ocurre lo mismo que
con
otras como “guerra humanitaria”, “asesinato justo” o
“cementera
ecológica”,
por ejemplo.
Decrecimiento
sostenible
En
cierta ocasión, tuvo lugar un experimento de consecuencias
interesantes.
Cinco
monos fueron introducidos en una jaula. El investigador dispuso una
ristra de plátanos colgada del techo a la que sólo era posible
acceder mediante
una escalera. Nada más entrar, uno de los monos subió con rapidez para
alcanzar el alimento. Justo antes de que sus manos tocaran el
objetivo, el
investigador le roció con un fuerte chorro de agua fría. El animal quedó
en el suelo, consternado durante unos minutos, mientras el resto de sus
compañeros de celda chillaba con estruendo. Pocos instantes después, otro
intentó la hazaña, con el mismo resultado. Tuvieron que pasar
varias horas
hasta que el tercer mono se atreviera a probar. En esta ocasión, el investigador
no sólo le propinó con el fuerte chorro de agua fría, sino que después
castigó también a los otros cuatro. Un día después se repitió la
escena:
animal
que sube, investigador que rocía a los cinco componentes de la
jaula. Durante varios días no se observaron nuevos intentos, hasta
que uno
de ellos saltó a lo alto de la escalera cuando creía no ser
observado. Gran
error. El chorro que recibieron los cinco pareció aún más potente
y frío.
El mono, visiblemente enojado, en lugar de quedar consternado en el
suelo,
se dirigió de nuevo hacia la escalera. Para sorpresa se los
presentes, esta
vez no hizo falta que el investigador interviniera. Los otros cuatro
primates se
lanzaron sobre el héroe y le obsequiaron con una paliza
impresionante.
Era
muy raro que algún miembro del grupo intentara pisar ni el primer peldaño
de la escalera. Pero cuando esta rareza tenía lugar, rápidamente los
otros cuatro impedían con agresividad el hecho. Así pasaron las semanas,
hasta que los investigadores jubilaron a uno de los animales e introdujeron
a un nuevo. Éste, en cuanto vio la ristra de plátanos, se abalanzó sobre
la escalera, recibiendo de los demás la respuesta habitual. Tras pocos
intentos, el nuevo dejó la escalera y los plátanos tranquilos.
Entonces, los
investigadores volvieron a sacar un mono antiguo y a meter un mono nuevo.
Así ocurrió con todos: poco a poco los cinco monos originales
dejaron de
participar en el experimento. Los que habitaban la jaula eran todos noveles.
Lo interesante es que nadie intentaba subir por la escalera, aunque ninguno
de estos animales hubiera tenido ninguna experiencia en el
establecimiento de
la norma “No subir la escalera”. Si alguien lo olvidaba
momentáneamente y
subía por alimento, los cuatro restantes lo castigaban con agresividad.
El
experimento de los monos (no importa si se realizó o no) muestra un hecho
importante por su frecuencia social: las normas y los hábitos
tuvieron alguna
vez un sentido, lo que no los hace necesarios en el tiempo. Se ha denunciado
ya hasta la saciedad que vivimos para los medios en lugar de para
los fines. El crecimiento es un buen ejemplo de ello. Se supone que
es un
medio para alcanzar el bienestar o la dicha sociales. Si alguien
lanza la voz
en contra del crecimiento, afirmando que no se está derivando
bienestar generalizado,
encontrará abundantes compañeros de especie capaces de castigar
su osadía, sin ser conscientes de en qué medida crecer es una norma
necesaria o prescindible. Es más, el crecimiento no puede ser o no debe
ser jamás un procedimiento. Como mucho, será una consecuencia. No es
aceptable “crecer para”, sino comprensible “crecer debido a”.
Los comportamientos pueden
llevar al crecimiento como resultado. El objetivo es, por
ejemplo, aumentar el bienestar compartido. Su planteamiento lleva a
la elaboración
de procedimientos que lo hagan real. Finalmente, podemos observar, tal
vez, que en la búsqueda de ese bienestar compartido se ha generado (efecto
colateral) crecimiento económico. En la práctica de generación de
mensajes de los líderes políticos y de consumo acrítico de
discursos por
parte de la audiencia, los resultados pasan a ser agentes culpables.
Si tras
una gestión la inflación ha aumentado, se escucha con frecuencia
“esto es
debido a la inflación” como si se le echara la culpa a ese
personaje de lo que
está ocurriendo (Rodríguez, 2004). Llegamos, finalmente, a
personificar conceptos.
Así, parece que hoy las decisiones no las toman los políticos, sino
un señor que tiene el don de la ubicuidad y que llaman Crecimiento.
Si
no sólo la idea del crecimiento sostenible es difícil de creer en
muchos aspectos,
sino que además se llega a concebir que el crecimiento en sí es nocivo,
sólo queda una posibilidad: decrecer. Todo lo demás es negar la evidencia
de los estilos de vida basados en el despilfarro (Barcena, 2005).
La
lógica parece aplastante, pero requiere matices. Una de las críticas
habituales que
se lanzan desde el modelo imperante de crecimiento ante las resistencias
puede calificarse de “argumento del progreso en paquete”. Este procedimiento
de defensa establece que los logros innegables que ha conseguido la
humanidad (avances en la medicina, en el bienestar, en las
comodidades, en
las tecnologías de comunicación...) constituyen una cara de la
moneda de nuestro modelo de progreso. No se puede criticar sólo uno
de los
lados, puesto que implica prescindir de la moneda en su conjunto.
Así, se
argumenta que la resistencia al modelo actual de evolución y
desarrollo lo
que pretende es volver a la época de las cavernas o al derecho de
pernada de
la Edad Media. Es un discurso que no merece esfuerzo en ser rebatido, más
aún cuando ya hemos mencionado que la evolución es compleja e implica
cambios cualitativos y cuantitativos de signos diversos y que los
acontecimientos
no son necesarios sino que pueden ser elegidos. Lo importante aquí
es que la primera crítica a la idea del decrecimiento sostenible es la
del argumento del paquete: decrecer implica desandar, retroceder en
la evolución,
volver a las cavernas y a la barbarie.
El
decrecimiento sostenible es un concepto más amplio que el famoso
crecimiento sostenible,
puesto que pretende ir más allá del discurso energético, incluyéndolo.
Se asienta en una preocupación en la que pesa, del mismo modo
y de forma directa, las repercusiones sociales y psicológicas. Es un llamamiento
a mantener lo que hemos conseguido de positivo (como el progreso en
el discurso ético y en el conocimiento), prescindiendo de lo
negativo (como
la adicción consumista o la ignorancia). Es un llamamiento a vivir bien,
a llevar una buena vida, lo que incluye no sólo a los individuos,
sino también
y especialmente, a los patrones de convivencia. Esta filosofía de vida
admite a su vez graduaciones que incluyen incluso el objetivo extremo del
decrecimiento “total”. En esta línea, “el decrecimiento es una
gestión individual
y colectiva basada en la reducción del consumo total de materias primas,
energías y espacios naturales gracias a una disminución de la
avidez consumista,
que nos hace querer comprar todo lo que vemos” (Honorant, 2006).
La
idea es bonita, cuando menos. Y así es como comienza a ser
estigmatizada, puesto
que frecuentemente se la tilda de engendro romántico inconsciente, puesto
que lanza objetivos inconsistentes con los medios para conseguirlos.
Las
principales críticas son:
1.
No es un modelo o una teoría, es una intención difusa. La defensa
de
esta
idea no va más allá de proponer objetivos atractivos sin
acompañarlos
de
los modos efectivos de llegar a ellos. No hay una alternativa
al
sistema actual, sino una oposición o resistencia.
2.
Es una propuesta inconsciente, principalmente en dos aspectos. Por
un
lado, ignora las repercusiones que el crecimiento tiene en elementos
fundamentales
para la estabilidad social, como el empleo. El decrecimiento
es
en sí insostenible, puesto que dañaría las entrañas del
modo
con que generamos puestos de trabajo. Al disminuir
drásticamente
el consumo, se disminuye la producción y, con ello, el
empleo.
El remedio es peor que la enfermedad. Por otro lado, es una
idea
de los privilegiados del mundo. Una vez que han probado la
miel,
desean prohibirla a los demás. La propuesta del decrecimiento
prohibirla
a los demás. La propuesta del decrecimiento condena al
Sur
a la miseria, puesto que le impide acceder a las cotas de desarrollo
que
sólo puede permitir el modelo productivo. “Estos adeptos
contemplan
un
verdadero decrecimiento de los productos finales, pero
olvidan
a las naciones menos desarrolladas, cuyo desarrollo pasa todavía
por
el camino material” (Passet,2005:4).
Las
respuestas a estas objeciones:
1.
No hay nada que pueda ser más concreto que la misma realidad. Toda
alternativa
propuesta está condenada a ser más difusa e incompleta
en
su desarrollo. Si el decrecimiento sostenible es una idea que
apenas
está cobrando forma en algunas iniciativas minoritarias, la
crítica
de incompletud es fácil e inmediata, no añade nada.
2.
El modelo predominante de desarrollo se ha mostrado altamente
ineficiente
y
dañino en múltiples frentes. No tiene fuerza de contracrítica,
no
puede suministrar resultados que avalen su permanencia. No
podemos
ir a peor. Cualquier alternativa coherente con los principios
del
pensamiento ético merece la oportunidad de ser ensayada en el
contexto
de la realidad.
3.
La evolución de los mercados se está desligando del par
consumoproducción.
La
economía, gracias a la preponderancia de la dimensión
financiera,
es cada vez más virtual. El valor de una empresa, por
ejemplo,
puede aumentar al disminuir su producción, lo que era impensable
hace
poco tiempo. La llamada “generación de riqueza” es
cada
vez más independiente de los procesos de producción.
4.
El sistema actual tiene dos repercusiones crecientes en el mercado
laboral:
genera paro y disminuye la calidad de las condiciones laborales.
El
modelo de la fábrica difusa (Coq, 2003), la disminución de la
competencia
mediante los procesos de fusión y apertura de mercados,
y
la inversión tecnológica, están disminuyendo drásticamente la
necesidad
de mano de obra, a la vez que ésta se orienta cada vez
más
hacia las regiones más dispuestas a prostituir a su población.
Los
pronósticos en términos de mano de obra ocupada y de condiciones
laborales
son muy deprimentes. Un decrecimiento que vaya
orientado
a generar un nuevo estilo de vida más saludable es incapaz
de
hacer más daño al mercado laboral.
5.
El decrecimiento implica potenciar el ocio frente al trabajo. Propone
invertir
la tendencia actual en la que ambos cónyuges deben estar
abosorbidos
en procesos laborales que les implican cada vez más
tiempo.
Aspirando a menos posesiones es posible percibir menos ingresos
y
destinar tiempo de ocio que lleva, entre otras ganancias vitales,
al
disfrute familiar. Se liberan necesidades de ocupación que
pueden
ser asumidas por otras personas. Hay, pues, dos fuerzas que
se
contraponen: se reduce la producción, pero también el número de
horas
de trabajo necesarias por persona. No podemos pronosticar
con
seguridad cuál de ambas reducciones es mayor a la otra. Si unimos
a
ello la tendencia del crecimiento (insostenible o sostenible)
hacia
la generación de paro, está claro que el decrecimiento ha de
llevar
a un beneficio laboral.
6.
Se está negando la capacidad de la sociedad para adaptarse a los
cambios.
Durante el pasado, la economía se ha hecho dependiente de
la
violencia. Cabría pensar que todas las personas suscribirían el
deseo
de
que desaparezca toda forma de violencia: no hay guerras, no
hay
asesinatos, no hay agresiones físicas ni psicológicas... Sin
embargo,
pensando
en las consecuencias de este deseo, hay que asumir
que
la sociedad tal y como la conocemos desaparecería. Si el cambio
fuera
brusco, la primera consecuencia se mediría en la pérdida de
millones
de
puestos de trabajo que hoy viven directa e indirectamente
de
la violencia. ¿Implica ello que deberíamos mantenerla, para seguir
ocupando
nuestro empleo? Ensayemos el argumento complementario:
incrementemos
los puestos de trabajo y la riqueza del país formando
grupos
delincuentes. Sería interesante medir, por ejemplo,
cómo
los disturbios recientes en Francia se traducen en un incremento
de
su PIB.
7.
La crítica supone un decrecimiento brusco. Esta sospecha es
incompatible
con
la idea de sostenibilidad. En el mejor de los casos, la intención
del
decrecimiento sostenible puede propagarse entre minorías,
con
una lentitud previsible. Es ridículo que el elefante tema a la
hormiga.
La capacidad de adaptación de la sociedad a este nuevo estilo
de
vida, respetuoso con uno mismo y con los demás, con el planeta
que
habitamos y los valores en los que creemos, es posible y
necesario.
Los partidarios del decrecimiento sostenible no vamos a
tener
tanto poder como para desestabilizar el sistema de hoy a mañana.
Sobre
los comportamientos de consumo
“Cuando
nos preguntamos por el origen de las injusticias, casi siempre se
las
carga el mismo: ‘el sistema’. Es decir, los grandes poderes
económicos.
Ahora
bien, existe un vínculo directo entre el poder económico y cada uno
de
los ciudadanos: el consumo. Nos guste o no, seamos o no conscientes
de
ello,
todos somos una pieza clave del tal denostado ‘sistema’. Ello
puede ser
visto
como una carga de culpabilidad que no queremos soportar. Pero también
puede
ser visto como una situación estratégica inmejorable: sin nosotros,
el
timón no gira” (CRIC, 2000:8).
De
una forma natural, el objetivo del decrecimiento sostenible lleva
hacia el comportamiento
de consumo. Hay varias razones para ello. Por un lado, los mecanismos
de producción obedecen a procesos esclavizantes. Las decisiones de
las empresas se encuentran fuertemente mediatizadas por las
consecuencias de
la competencia. Así, por ejemplo, las organizaciones cierran sus
factorías en Europa del Oeste para abrirlas en regiones donde se
reducen drásticamente
los gastos de mano de obra y las legislaciones de protección
medioambiental
son más laxas o inexistentes. Se consigue con ello aumentar
los márgenes de beneficio e invertir en la marca o reducir los precios.
Mi empresa, entonces, no puede ser menos: o imita el comportamiento o
termina quebrando. La esperanza en este campo se encuentra en el comportamiento
de consumo, capaz de abandonar el modelo calidad-precio
y
la influencia real de la imagen de marca.
A
lo largo de estas jornadas hemos escuchado a gente experta en el
conocimiento sobre
los procesos energéticos, abordando entre otros aspectos, sus
experiencias de relación con el poder político. Las conclusiones no
son positivas.
El líder político puede obedecer al modelo “toma el dinero y
corre”.
Pero
tampoco es necesario acudir a este perfil para comprender su desidia en
considerar medidas juiciosas para regular el crecimiento. Esto se entiende
perfectamente al reconocer que todas las propuestas que se han abordado
estos días llevarían a un “suicidio político”, pues ninguna de
ellas sería
bien recibida por la población: ¿más impuestos? ¿Obstaculizando
el camino?
¿Generando temporalmente paro? ¿Asumiendo públicamente que la
gestión habitual hipoteca el futuro? ¿Enemistándose con la crema
política internacional?
¿Desobedeciendo directivas internacionales? Además de un largo
etcétera.
Mediante
el comportamiento de consumo puede moldearse el comportamiento de
producción. Mediante el comportamiento ciudadano puede moldearse el
comportamiento político. Pero no son compartimentos estancos, pues
todo ello está mezclado y confuso. Se trata de hacer real la ficción
que consta
en los manuales de marketing, donde se asienta que el poder lo tiene el
consumidor y la gestión empresarial debe estar orientada hacia las
necesidades
y preferencias de los clientes (Martín, 1999).
El
decrecimiento sostenible es una filosofía práctica de vida. Se
encuentra en
consonancia con movimientos de consumo responsable, de vida lenta, de comida
lenta, de gasto mínimo, etc. No puede ser impuesto desde cambios en
la producción ni mediante legislaciones. Debe ser voluntaria y
libremente asumido
por los agentes individuales, como vaticina la teoría (que no la práctica)
del mercado y de la democracia. Por ello, el campo de batalla directo no
son los pasillos, ni las movilizaciones, ni la acción lobby, sino la mente
del consumidor: “El consumidor moderno es físicamente pasivo, pero mentalmente
muy activo. El consumo es más que nunca una experiencia que
tiene lugar en la cabeza, un asunto del cerebro y de la mente, en
lugar de
un simple proceso dirigido a satisfacer necesidades biológicas
corporales” (Bocock,
1995:79). La mente es el lugar donde campea el marketing comercial y
el político (Barranco, 2003). Es donde se construyen necesidades y
deseos que sólo el crecimiento insostenible es capaz de saciar,
aunque sea
una satisfacción fugaz.
Luchar
en la dimensión de la mente no implica abandonar otros frentes. Es perfectamente
compatible. Pero el énfasis en la mente del consumidor es necesario
si se pretende dotar de peso real la idea del decrecimientos
sostenible.
En
definitiva, pues, para fomentar pues, el decrecimiento sostenible es
necesario comprender cómo funciona el comportamiento de consumo.
Me
llamo Octave y llevo ropa de APC. Soy publicista: eso es, contamino el
universo. Soy el tío que os vende mierda. Que os hace soñar con
esas cosas que nunca tendréis. Cielo eternamente azul, tías que nunca
son feas, una felicidad perfecta, retocada con el PhotoShop.
Imágenes
relamidas, músicas pegadizas. Cuando, a fuerza de ahorrar, logréis
comprar el coche de vuestros sueños, el que lancé en mi
última campaña, yo ya habré conseguido que esté pasado de moda.
Os llevo tres temporadas de ventaja, y siempre me las apaño para
que os sintáis frustrados. El Glamour es el país al que nunca se consigue
llegar. Os drogo con novedad, y la ventaja de lo nuevo es que
nunca lo es durante mucho tiempo. Siempre hay una nueva novedad para
lograr que la anterior envejezca. Hacer que se os caiga la
baba, ése es mi sacerdocio. En mi profesión, nadie desea vuestra felicidad,
porque la gente feliz no consume. Vuestro sufrimiento estimula el
comercio. (Beigbeder, 2001:17)
Necesidades
El
modelo básico establece que las personas consumimos para saciar
nuestras necesidades.
Se dice que el marketing no crea necesidades, sino que pretende:
1) identificarlas, realizando las matizaciones pertinentes (por
ejemplo,
considerando segmentos poblacionales, estilos de consumo, etc.) y
2)
estimular en los consumidores el deseo de saciar sus necesidades con
mis
productos y no con los de la competencia. En este momento, no nos
importan
la distinción sobre si las necesidades existen o son diseñadas. Lo
importante
ahora es que este modelo es simple, pero efectivo. No considera
variables
muy relevantes, como la presión de grupo o la cultura, que
recuperamos
un
poco más adelante. Pero resulta útil para tener una primera
impresión
sobre por qué consumimos.
Si
consumimos para saciar necesidades, se abre un debate en torno a qué cosa
es esa de las necesidades. Existen muchos modelos teóricos que lo abordan,
si bien el que sigue predominando con diferencia es la famosa
pirámide de
Abraham Maslow (por ejemplo, Solé, 1999 o Manzano, 2003).
Según
esta pirámide, las personas contamos con una jerarquía de
necesidades. Sólo
nos planteamos saciar unas cuando las anteriores están ya cubiertas. La
pirámide cuenta con cinco escalones. Según
Maslow, lo primero que intentamos saciar son las necesidades
fisiológicas (sed
y hambre). Si éstas están cubiertas, la siguiente prioridad son las
necesidades que atañen a la seguridad (protección de la integridad
física, de
la salud, de las posesiones...). Alguien puede poner en peligro su
vida o
su salud o su integridad física si no tiene qué comer y la acción
le permite saciar
esta necesidad fisiológica. Las sociales implican mantener
relaciones con
los demás, sentir que se pertenece a un grupo, que se sabe de él,
etc. Las de estima implican a la necesidad de sentirse aceptado por
los demás
y reconocido socialmente, lo que lleva a la autoestima. Por último, sólo
las personas privilegiadas (porque tienen cubiertas las necesidades
anteriores) se
ocupan de la autorrealización, que conlleva el espíritu de
superación o
de autoconstrucción ante ideales.
El
modelo es generalmente aceptable, pero cuenta con muchas
incoherencias y
es incapaz de explicar muchos comportamientos. Ocurre, por ejemplo, con
los deportes de riesgo, donde la necesidad de autorrealización se antepone
a la propia supervivencia. Otro ejemplo es la anorexia, donde la necesidad
de estima puede llevar a la muerte por inanición. Además, algunos comportamientos,
como los que se llevan a cabo en sacrificio de los
demás,
son difíciles de situar en la pirámide.
El
modelo es defectuoso porque subestima la influencia de la cultura y
de la presión
de grupo. Observemos que la cultura “incluye la totalidad del modo de
vida de los individuos que constituyen una sociedad, todo lo que
aprenden como
miembros de tal sociedad; es un modo de pensar, de actuar y de sentir”
(Cruz, 2001:55). Así, por ejemplo, en un país donde el hambre es visible
y constituye un problema percibido grupalmente, la necesidad de comer
es a la vez individual y colectiva. En esa sociedad, la anorexia es
ridícula, no
tiene cabida. En sociedades como España, donde existen millones de
pobres y se pasa hambre, pero de una manera invisible, es decir,
donde los
diseños urbanísticos, las políticas locales y los medios de
comunicación consiguen
hacer invisibles la pobreza y el hambre, la necesidad de comer no es
evidente y no participa de los esquemas de valor de la sociedad. No
obstante, la
cultura absorbe los estándares estéticos como criterios
trascendentes y
la presión de los grupos moldea el comportamiento de sus miembros.
En
tales circunstancias, alguien se encuentra más motivado por dejar de comer
y adquirir una silueta que percibe como ideal, retando la
clasificación de
Maslow. La cultura y la presión de grupo son aspectos que ejercen
una poderosa
influencia sobre el comportamiento individual, trastocando la
jerarquía de
la pirámide de Maslow. Por esta razón, el poder de la sociedad de consumo
no se basa en las necesidades fisiológicas o biológicas de los
individuos, sino
en la acción mediante los grupos y en la construcción cultural de
escalas de valor. En otras palabras, las necesidades que buscamos
saciar están
más definidas fuera que dentro de nuestra piel. El comportamiento de consumo,
por ello, puede controlarse interviniendo en los factores sociales que
ayudan a moldear los apetitos, deseos o percepción de carencias.
Energías
Un
anuncio en sí es poco efectivo. Pero para entender su influencia hay
que considerar
ineludiblemente el contexto en donde se inserta. Supongamos que
es necesario emplear una energía e para llevar al individuo i a
tomar la decisión
de adquirir el producto p. Esta energía puede descomponerse en varios
elementos. Las personas contamos con un estilo único e irrepetible porque
somos únicas e irrepetibles. Algo nos es peculiar. Pero tenemos
mucho más
de parecidas que de diferentes. El comportamiento se explica en buena
parte por componentes externos a las personas y que tienen que ver con
el entorno social amplio (como la cultura) y el entorno social
reducido (como
los grupos de pertenencia y de referencia). Tengamos en cuenta que las
persona crecemos, nos hacemos mediante los procesos de socialización, en
los que hacemos nuestros los valores grupales y el orden establecido (Gómez
Jaldón, 2001). En ese marco tiene lugar cualquier estrategia de marketing
político o comercial, además de toda acción social (como las que protagonizan
los movimientos sociales). Simplifico el modelo en un espacio de
dos dimensiones y sólo con tres componentes (dos elementos e1 y e2, además
de la energía específica de la campaña que pretende promover la adquisición
específica, ec). Las figuras 5a, 5b y 5c muestran diferentes
escenarios. En
5a se encuentra el objetivo: es necesario emplear la energía total e
para conseguir
que i adquiera finalmente el producto p. La figura 5b se ocupa del caso
en que los componentes cuentan más o menos con la misma orientación.
El
esfuerzo específico (ec) que ha de realizar la campaña de marketing es
minúsculo. En la figura 5c, no obstante, es necesario implicar una
energía ec
desorbitada. Las energías implicadas en proyectos de promoción del consumo
se encuentran en la situación 5b. Las del decrecimiento viven en 5c.
Siguiendo
con el mismo recurso, muchas ec con la misma orientación conseguirán ejercer
una influencia que irá calando poco a poco en todos los componentes.
En la actualidad, el cine (en salas y especialmente en la
televisión), con
un consumo uniforme en torno a los valores prioritarios en Hollywood,
ayuda a comprender la escala de valores y de apetitos. Entendemos, entonces,
que en estos momentos el entorno cultural, los procesos de
socialización y la presión de grupo en la mayoría de los casos,
coinciden en
propiciar un consumo compulsivo, una búsqueda insaciable de
satisfacción de
necesidades orientada al apetito individual. Cualquier energía específica
ec orientada a propiciar un consumo del tipo insostenible va a
requerir menor
esfuerzo que la que busque un consumo decreciente. Dado que el entorno
cultural y social no son propicios, el mensaje del decrecimiento
sostenible sólo
tiene esperanzas inmediatas en grupos minoritarios que hayan canalizado
la resultante energética de sus miembros y en individuos que cuenten
con un componente específico muy especial. Sin embargo, insisto, los
mensajes crean un campo propicio si son coincidentes. Hay que tener paciencia.
Para
entender el comportamiento de consumo no es suficiente con adentrarse en
el papel de las necesidades y los deseos, ni dialogar con las
energías necesarias
para propiciar motivaciones de acción. Es fundamental incluir un
tercer componente: la dimensión simbólica.
Dimensión
simbólica
Hace
ya tiempo que las empresas no venden objetos porque las personas nos
los compran. No son productos ni servicios lo que adquirimos, sino
símbolos. Los
mayores esfuerzos en el mercado de productos se centran en construir
imagen de marca. Existen, además, muchos recursos para cuantificar esta
imagen. Pensemos por ejemplo en dos balones de fútbol con la misma
calidad, el mismo tamaño, los mismos materiales, el mismo color, la
misma
apariencia, ocupando el mismo espacio en el mismo escaparate de la misma
tienda el mismo día, recibiendo la misma cantidad de luz en las mismas
condiciones. Son dos copias del mismo objeto, salvo en un detalle: uno
de ellos tiene un dibujo, el símbolo de Nike. ¿Cuánto están
dispuestos a pagar
más por una pelota que por otra? Hay quien será capaz de abonar más
del doble por el balón de Nike, lo que muestra que valora mucho más
la
marca (lo que significa ese símbolo, los valores, deseos, sueños,
estilos de
vida, etc. a los que está asociado) que el objeto a través del que
se expresa.
Adela
Cortina (2002:46) señala que “importa recordar que más que los
caracteres físicos
de los bienes cuentan los simbólicos, ligados a sistemas sociales de
creencias, a las capacidades personales y a la identidad social y moral
de las personas”. Y Bocock (1995:111) reclama que “En las
formaciones sociales
prósperas del capitalismo occidental moderno, el consumo debe
ser considerado como un proceso gobernado por el juego de los
símbolos, no
por la satisfacción de necesidades materiales”.
Las
personas nos vamos construyendo en la búsqueda de una identidad
reconocida dentro
y fuera de la piel. Esta identidad cobra forma mediante estilos de
vida. Y hoy los estilos de vida van indisolublemente ligados a
estilos de
consumo. Lo esperable es optar por engancharse al carro del
crecimiento insostenible
mediante la actitud de compra conscientemente ciega (ver los tres
paradigmas, más adelante). Como afirma la misma de nuevo Cortina (op.cit.:99):
“el consumo puede servir, no sólo para satisfacer necesidades
y
deseos, para compensar a los individuos que se sienten inseguros o
inferiores, para
simbolizar éxito o poder, para comunicar mensajes, sino también para
crear el sentido de la identidad personal o para confirmarlo. La clave
de la identidad y el estatus social parece no consistir ya en el
sueldo, la
ocupación o la clase, sino en el estilo de vida elegido, que puede
ser cualquiera,
con tal de que se cuente con la capacidad adquisitiva para costearlo.
Las
teorías sociológicas empiezan a interesarse por los estilos de vida precisamente
por su importancia para la configuración de la identidad social,
y los especialistas en marketing, por su importancia para la venta de productos
del mercado.”
Los
tres paradigmas
Existe
una especie de orgullo de la ignorancia que mantiene la creencia de que
es admisible que una persona se ocupe únicamente de satisfacer sus deseos,
sin que proceda plantearse el conocimiento sobre las consecuencias de
sus actos ni el conocimiento sobre el origen de sus decisiones. En
ello participan
tres paradigmas fuertemente arraigados:
1.
De la especificidad. Las cosas son complicadas y cualquier persona no
puede
con todo. Es necesario trabajar en grupo y ello implica construir
parcelas
y que los individuos se especialicen en unas, lo que les
impide
entender de las demás. Trabajar en grupo no se refiere a establecer
entre
todos sus miembros objetivos comunes y repartirse las
tareas.
En este paradigma, trabajar en grupo implica que también
hay
especialistas en diseñar los objetivos del grupo y que sus miembros
sólo
tienen competencia en un área limitada que se encuentra
lejos
de la misión del conjunto. El grupo, la región, el planeta
funcionan
bien
si se respetan estos compartimentos, si dejamos a los especialistas
el
ejercicio de sus competencias. Maestro de mucho, oficial
de
nada. Zapatero a tus zapatos. Cada cual a lo suyo. El sistema de
gestión
social funciona en la medida en que aceptemos el funcionamiento
compartimentado
de la especialización. Pensar el mundo es
para
especialistas en ello, lo mismo que hacer política, por ejemplo.
Renuncio
a reflexionar sobre la trascendencia de mi comportamiento,
la
importancia de mi trabajo o las consecuencias de mi consumo. No
son
asuntos de mi competencia. Es la de los “gestores” de la
sociedad,
es
la de los actores del mercado, es la de los científicos o de los
técnicos...
2.
De la insignificancia. Una persona por si sola es insignificante.
Cada
individuo
tiene un poder despreciable para configurar nada. Hagas lo
que
hagas, tu peso en el monto total de los acontecimientos del planeta
es
infinitésimo si no nulo. Sólo tiene sentido, por tanto, preocuparse
de
las consecuencias en el entorno más inmediato: principalmente
en
uno mismo y en su propia familia. Como insiste Hollywood,
hay
dos cosas importantes en la vida y un corolario. Lo primero es la
propia
familia. Lo siguiente es el éxito. Es decir, hay que proteger a
toda
costa a los tuyos (que se contraponen a los demás) y hay que
procurar
conseguir retos individuales que se inscriben sistemáticamente
en
la línea de ser el mejor, ganar, etc. (en definitiva, conseguir
las
cosas antes que los otros). Toda acción individual encaminada
a
una misión global es, por lo tanto, ridícula e intrascendente. Tu
egoísmo
individual o de microgrupo te permitirá dichas a ti y a los tuyos,
mientras
que la insignificancia hace ridículo pensar en las conse19
cuencias
de tus actos más allá de tu esfera de control. Si todo el
mundo
se ocupara de sí mismo y de los suyos, las cosas irían bien. El
corolario
establece que hace falta mirar un poco al horizonte y pensar
en
los demás a grandes rasgos. Soy insignificante para pensar en la
gestión
más allá de mi esfera individual y familiar. Asumo que hay
acontecimientos
externos que condicionan mi esfera individual y familiar.
Pero
escapan a mi significación y a mi especificidad. No obstante,
hay
un ente en el que me inserto y al que debo respeto, energías
y
devoción. Es un ente que aglutina mis necesidades de mimo y
cuidado,
de seguridad y guía: la patria. Ella me provee el contexto
propicio
para mi éxito y la protección de mi familia. El trío mágico de
la
insignificancia hacia lo global lo forman, por tanto, YO, mi FAMILIA
y
la PATRIA.
3.
Del progreso. Las cosas avanzan y lo hacen en el único sentido
posible:
hacia
delante. No podemos evitar el progreso. Es imparable. Pero
si
lo consiguiéramos, sería nocivo, pues suspenderíamos la evolución.
Tal
vez volveríamos a las cavernas, o a la opresión de la Edad Media
o...
De nuevo Hollywood aparece para mostrarnos que las páginas
anteriores
de la historia sólo contienen dictadores, opresión, vidas
individuales
que
no cuentan nada... El cine no rescata ningún valor positivo
del
pasado. Todo en él es oscuro y deplorable. Por suerte, vivimos
en
la mejor época de la historia y no podemos permitirnos ninguna
crítica
a este proceder que nos ha llevado hasta el maravilloso
hoy.
Es impensable tomar lo mejor de cada época y construir con ello
un
futuro. La idea es que el progreso va en paquete: o lo tomas entero
o
no hay nada. Por ello, recuperar algo del pasado, como el equilibrio
de
las personas con la naturaleza, es una amenaza que nos lleva
al
retorno de lo oscuro, a la opresión de la nobleza salvaje, a las
locuras
de
Nerón o a la desprotección de las cavernas. No hay posibilidades
para
decidir, pues sólo hay una posibilidad cabal: cooperar (o, al
menos,
no entorpecer) con el desarrollo.
Al
combinar estos tres paradigmas, el resultado es la impotencia
conforme:
sabemos
que no sabríamos qué hacer (especificidad), que si supiéramos no
podríamos
hacerlo (insignificancia) y que si pudiéramos sería para peor
(progreso).
En
este imaginario colectivo se inscriben los actos de consumo.
Finalmente,
y ahora ¿qué?
Decía
al iniciar el documento, que los científicos sólo tenemos razón,
lo que casi
no es nada. “Todos queremos pensar que, para causar impacto en los demás,
la clave consiste en la calidad de las ideas que usemos” (Gladwell, 2001:143),
pero la realidad es muy diferente. Si reconocemos que estamos trabajando
en un entorno de símbolos, aunque los problemas tengan una realidad
física innegable, para generar efecto hay que manejar símbolos y no
sólo datos, lógica, argumentos racionales o información de
calidad. Los profesionales
de la Ciencia saben hacer muy bien lo que se entiende habitualmente
como “su” trabajo: profundizar en los procesos de
especialización, generar
nuevo conocimiento con las máximas garantías metodológicas y
comunicar los hallazgos por las vías internas de la institución. No
hay nada que
decir al respecto. Somos los mejores. Sabemos hacer muy bien nuestro
trabajo, del mismo modo que lo sabe hacer el soldado que aprieta el
gatillo desde el pelotón de fusilamiento. Eso sí, tal vez nos falte
un poco de
visión de conjunto sobre hacia dónde vamos (visión real, es decir,
compleja y
por lo tanto multidisciplinar). Ahora, en tareas de comunicación
externa, el
suspenso es insultantemente estrepitoso. Creemos que con la
generación de
conocimiento, con la creación de datos, se termina el trabajo.
Recuerdo
la reacción de una persona muy conocida por mí en torno a un asunto
de consumo. Hacía muy poco que terminé de leer un texto sobre dirección
estratégica en donde se acudía a ejemplos de gestión empresarial para
mostrar los conceptos. En alguna ocasión aparecía el nombre de IKEA y
prácticas poco éticas y nada sostenibles que producían excelentes
beneficios.
Ello
me motivó para investigar algo más su comportamiento y llegué finalmente
a la conclusión de que no debería reforzarse su forma de actuar mediante
el consumo en sus establecimientos. Había corrido la voz de que la
empresa se disponía a abrir una gran superficie en la provincia de
Sevilla. Así
que la conversación con esta persona derivó hacia el evento. Mostré
satisfecho toda
la información que había acaparado y el hilo argumental que llevaba
hasta la conclusión final. Ella me respondió: “Tienes toda la
razón. Me
has dejado sin palabras. Vamos, que no puedo decirte nada. Pero estoy deseando
que abra IKEA para correr a comprarles cosas”. Y así hizo.
Afirmamos
que el petróleo se acaba, que la Tierra oscurece, que estamos cambiando
el clima, que las catástrofes naturales tienen cada vez un
componente más
artificial, que el colapso está a la vuelta de la esquina... ¿Y bien?
Recordemos que el miedo es eficiente en condiciones muy concretas (Cavazza,
1999): dosis manejables, prevención de la habituación y
presentación paralela
de alternativas realistas. Vivimos en la época del miedo al terrorismo
y a otros monstruos que lo refuerzan esporádicamente, como es el
caso de la gripe aviaria (Manzano, 2006). Ya estamos saturados de
miedo.
Los
especialistas en su gestión se nos han adelantado. No sirve. No
funciona.
Si
esa es nuestra fuerza, no tenemos fuerza.
Tenemos
pues que decrecer requiere la colaboración de la ciudadanía, pero ésta
no se encuentra muy dispuesta a colaborar. En parte fue la ciudadanía la
que echó abajo los regímenes comunistas de la Europa del Este. En
la versión
romántica, lo hizo en la lucha por las libertades. Pero no nos
engañemos, el
ansia de consumo tuvo un papel importante (Bocock, 1995). Ahora vamos
a pedirle que consuma distinto en un doble sentido: menos en
cantidad
y de forma responsable, inteligente o sostenible en cualidad.
Así
pues, tenemos razón, lo que es muy poco. Nuestra fuerza consiste
habitualmente en
mostrar los resultados de investigación, señalando la relación entre
comportamientos de consumo y consecuencias sociales y medioambientales
desastrosas. Pero reconozcamos que es como acudir a razones
para conseguir que un fumador deje el tabaco. No existe un
argumento
tan contundente: eso que estás haciendo no es que te matará, es
que te está matando. No contamos con una medida cognitiva más
clara.
Y,
sin embargo, reconozcamos que no funciona. No podemos aspirar a que una argumentación que
se refiere a consecuencias menos contundentes y en otros agentes (el
medioambiente, otras personas que no se ven, generaciones
futuras...), o
en uno mismo pero con argumentos indirectos, tengan más peso.
Las
personas, más ahora que nunca antes, viven para sus deseos y no
están dispuestas
a sacrificarlos. Muy bien que luchemos por un mundo mejor, pero
no me pidas que cambie mi estilo de consumo y mucho menos que lo reduzca.
¿Qué?
¿Debo dejar el coche e ir en transporte público o
bicicleta?
¿Cómo?
¿Que para qué sirve el televisor?
Aún
sabiendo que el acto de compra no va a satisfacer mis carencias y que desearé
seguir insistiendo en ello. Aún sabiendo que mis deseos son
diseñados fuera
de mi piel y que soy pasto de las técnicas de persuasión. Aún sabiendo
que nada de lo que hago en este campo va a reportarme ninguna partícula
de felicidad, seguiré haciéndolo porque así soy y así me
comporto.
El
sacrificio que me pides es excesivo. En este caldo psicológico es
donde
estamos
intentando intervenir.
Como
siempre, no hay sólo una puerta abierta para probar la capacidad de construir
otro mundo. Y no hay que evitar tampoco las que permanecen cerradas, de
momento. Lo que sigue son sugerencias. En la intención de arriesgarme
a lanzar propuestas, por muy pueriles, utópicas o poco fundamentadas que
puedan parecer algunas de ellas. La primera de todas es, precisamente,
no temer al fracaso o al error. Y es la que sigo en este punto.
Algunas
puertas son, pues:
Insistir
en la razón
Decía
que tener razón no es suficiente. Pero es necesario. Es la vía que
mejor
controlamos,
la que se basa en la generación de conocimiento mediante
la
investigación. Y tenemos que seguir haciéndolo. Constituye además
la
materia
prima para todo lo demás, a la vez que la base del prestigio que
posee
la ciencia y sus profesionales.
Investigar
científicamente la acción
No
hay conocimiento de mejor calidad que el científico. Aprovechémoslo.
Somos
el herrero que utiliza cuchillo de palo en casa. Nos comportamos
como
el padre que castiga a su hijo para que aprenda, cuando se da la
circunstancia
de
que es psicólogo y sabe perfectamente que el castigo es la
peor
estrategia de aprendizaje que existe. Somos el médico que fuma. Pero
vivimos
de la investigación. Y tenemos un problema: cómo conseguir la
efectividad
cuando el objetivo es promover un mundo no sólo sostenible,
sino
digno de ser vivido sin temor al futuro ni al presente. Pues bien,
investiguemos
cómo
conseguirlo. Utilicemos nuestro famoso método. No hay por
qué
dejar la ciencia a un lado durante la acción social.
Trabajar
en la dimensión simbólica
Insistamos
en ello una vez más: el problema es real, pero la batalla tiene lugar
en la dimensión de los símbolos. Si bien parece que somos torpes en ese
campo, contamos con un elemento simbólico poderoso: el prestigio. La ciencia
se concibe como un juez objetivo, poseedora de la verdad y llevada a
cabo por personas que no tienen otro interés que generar
conocimiento. A un
científico se le puede considerar despistado, pero sincero y sabio.
Utilizar el
prestigio que la ciencia ha adquirido desde la visión de la sociedad
es una
buena
medida para devolverlo en forma de beneficio social. Sin embargo, nos
hace falta mucho más que eso, es importante trabajar en equipo para utilizar
el conocimiento de lo simbólico que manejan las ciencias relativas
al comportamiento
humano: comunicación, psicología, sociología, marketing o antropología,
por ejemplo.
Superar
las barreras disciplinares
Como
sabemos, la realidad no entiende de disciplinas. Los problemas, como
el
mundo, son complejos. Un experto en clima va a ser capaz de cambiar
pocas
cosas por si mismo. Es necesario construir espacios de aprendizaje y
acción
donde compartan motivos gente experta en disciplinas cuanto más
dispares
mejor. La experiencia del colectivo Universidad y Compromiso Social
(www.us.es/compromiso)
en Sevilla es muy válida en este sentido. Llevamos
cuatro
años construyendo aprendizaje mutuo gente de economía,
psicología,
agronomía, comunicación, física, arquitectura, geografía,
pedagogía,
sociología,
medicina, biología, informática, matemáticas, etc. Hemos
llevado
a cabo acciones que sólo son viables cuando se trabaja en equipos
multidisciplinares.
Y hemos llegado a comprender muchas cosas con un
grado
de coherencia que sólo se consigue cuando se trabaja en equipos
multidisciplinares.
Actuar
sobre los tres paradigmas
Mientras
el modelo de la impotencia conforme lidere las decisiones y los
comportamientos
de la población, hay pocas esperanzas de éxito. Toda acción
que
consiga recuperar la conciencia colectiva de poder y el espíritu
crítico
debe
ser bienvenida y apoyada. Es imprescindible, pues, trabajar para
derrumbar
los paradigmas de la especificidad, de la insignificancia y del
progreso.
El famoso efecto mariposa nos enseña que no podemos predecir
con
seguridad dónde se encuentra la llave que abre la puerta definitiva,
si
es
que existe. No sabemos qué acción concreta va a reportar a la larga
el
efecto
más evidente.
Una
acción que ayude a algunas personas a sentirse competentes
socialmente
o
a derrumbar el paradigma de la especificidad o a dudar sobre el
progreso,
es trabajar en el mismo frente. Las iniciativas sobre presupuestos
participativos
(cuando en efecto son participativos), rompen el hielo en comunidades
estáticas.
Una vez dinamizadas, descubren los beneficios de la
activación.
Así ocurre cuando se lleva conocimientos relevantes a la calle,
cuando
se fomenta el asociacionismo, cuando se diseñan espacios urbanos
comunes
donde la ciudadanía coincide y los hace suyos. Para el objetivo de
contar
con la colaboración de las personas, es imprescindible romper el
muro
de
impotencia conforme que las rodea e inutiliza.
Favorecer
alianzas con otros agentes
Entre
otras cosas, la Ciencia es muy pulcra y escrupulosa con sus
contactos.
No
sólo no se roza con otros posibles agentes de cambio social, sino
que los
ataca.
Pero si nos preocupa el presente y el futuro, si tenemos el objetivo
de
conseguir éxito sin perder la guía de la ética, es decir, sin
sacrificar los
fines
al escoger los medios, entonces hay que aliarse con los agentes de
cambio
que también cumplen con estos requisitos. Me refiero principalmente
a
dos: los movimientos sociales y las religiones.
Con
respecto a los primeros hay menos reticencia. Se les suele concebir
como
grupos especializados en el ruido y la fuerza bruta. Pero un vistazo,
aunque
no sea muy profundo, a la historia de estos dos últimos siglos,
mostrará
que
la Ciencia ha tenido poca responsabilidad en los derechos que gozamos
(y
que estamos perdiendo) hoy, en el progreso de la conciencia ética,
en
los valores generados en torno a las personas y al planeta en su
conjunto.
En
ello tienen mucho más peso las batallas de los movimientos sociales:
obreros,
feministas, ecologistas, de derechos humanos, etc. Hay que
aliarse
con ellos, no sólo porque constituyen la mano de obra del cambio,
sino
porque también nos necesitan. Se da la circunstancia de que mucha
gente
de la Ciencia y de la Academia lleva una especie de doble vida, en la
que
mantienen un pie en la movilización social y otro en el respetable
mundo
de
la generación prestigiosa de conocimiento. Hay que potenciar que la
ligazón
sea intensa y continua.
Emilio
Menéndez4 llama la atención sobre el hecho de que buena parte de la
humanidad
no tiene recursos económicos para acceder a energías renovables,
pues
las no renovables son más baratas a corto plazo. Es decir, son
necesarias
más dosis de justicia social y de compromiso global para hacer
creíbles
los objetivos del desarrollo sostenible. Cualquier acción o
investigación
que
se maneje en el terreno de la realidad muestra que los objetivos
de
muchos frentes coinciden entre sí. Ha ocurrido, por ejemplo, en las
batallas
de
movimientos por los derechos humanos, como Amnistía Internacional
y
movimientos ecológicos como Greenpeace. Durante un tiempo llegaron
a
sufrir roces por considerar que luchaban en objetivos incompatibles
dentro
de los mismos escenarios. Pero el tiempo ha mostrado exactamente
lo
contrario (Sach, 1996). Al final, trabajamos en el mismo frente y es
necesario
darnos
a conocer, establecer vínculos, limar asperezas y hacer fuerza.
Si
con los movimientos sociales existe cierta sintonía, con respecto a
las
religiones
hay una reticencia visceral. En el inconsciente colectivo de la
Ciencia
se encuentra la batalla continua entre la razón y la fe. Nosotros
nos
hemos
hecho responsables de la victoria de la primera y de un
enfrentamiento
que
va restando poder explicativo y existencial a la segunda. Pero
4
La próxima crisis de los hidrocarburos. Conferencia impartida en
este mismo Encuentro
de
Primavera de CiMA: Energía y Sociedad: los debates sobre el
agotamiento
del
petróleo y el decrecimiento sostenible. Madrid, 2006.
“Las
religiones podrían ayudar a vencer la ideología del consumismo y
las
prácticas
socioeconómicas asociadas al consumo, antes de que el deterioro
del
planeta sea demasiado grande y no permita el mantenimiento de formas
‘civilizadas’
de vida” (Bocock, 1955:176).
Hay
que pensar y ensayar. Hay que tener una perspectiva abierta (la que
se
supone
al espíritu científico) para que, sin dejar de ser Ciencia,
combinemos
nuestros
esfuerzos con movimientos religiosos e incluso con estructuras y
poderes
religiosos. La religión se maneja mejor que nadie en la dimensión
de
lo simbólico y por ello puede trabajar perfectamente en el terreno
de
batalla
del consumismo. Guía a millones de fieles en todo el mundo y todos
los
libros religiosos consideran la contención, la vida moderada y el
espíritu
de
sacrificio a favor de los demás. No nos peleemos, unamos las fuerzas
porque
el fin es común y el destino del planeta y de sus habitantes lo
merecen.
Si
alguien conoce, por ejemplo, a integrantes de movimientos cristianos
llamados
“de base”, deberá reconocer que son gente extraordinariamente
necesaria.
Han nutrido y siguen nutriendo batallas que sólo se entienden
por
la motivación de ayudar a la victoria de la justicia. No son
nuestros
enemigos,
sino nuestros aliados. Lo dice alguien que se instala en el
agnosticismo
en
los términos que describía Tierno Galván (1975): encontrarse
perfectamente
instalado en la finitud, sin requerir en ningún momento la
trascedencia
ultraterrena ni una voluntad divina. Pero eso no nos hace
enemigos
sino diferentes. Y nos cansamos de decir que en la diferencia está
no
sólo lo que merece la pena ser vivido, sino el futuro. Trabajar
estableciendo
alianzas
con religiones es constituir un vínculo de acción de extraordinario
poder.
Estamos hablando de hacer que razón y fe vayan de la mano
para
procurar el ansiado bien común.
Utilizar
las estrategias de la “epidemia”
Para
Gladwell (2001), los cambios sociales exitosos se comportan como
epidemias
que
requieren:
1.
Acudir a individuos “especiales”: personas que conocen a mucha
gente
de
contextos incluso muy diferentes (conectores); personas que
generan
y acumulan información actualizada (mavens); y personas
con
una alta habilidad para persuadir (vendedores natos).
2.
Contar con un mensaje con gancho.
3.
Actuar sobre el contexto en donde se desarrollan los acontecimientos
que
se desean modificar, lo que implica identificar los pequeños
detalles,
fácilmente
accesibles, cuyos cambios poseen grandes efectos.
Éstas
y otras estrategias cognitivas son utilizadas para promover el éxito
en
las
organizaciones empresariales. Es importante conocer cómo funcionan
las
entrañas
de esa acción efectiva. Recordemos que su capacidad de influencia
es
muy inferior a los resultados, porque trabajan en el mismo sentido
que el
entorno
cultural y social y lo vienen haciendo desde hace dos siglos con
gran
frecuencia. Es demasiada fuerza bruta como para no ser efectiva. Re
cordemos
el esquema de las figuras 5i. Al utilizar las mismas estrategias
para
procurar el efecto contrario, no vamos a obtener los mismos
resultados
efectivos.
Aún así, la frecuencia en el tiempo hace su trabajo.
Tomar
presencia en los medios
Para
ello es importante poner en marcha tres procesos: (1) establecer vías
de
comunicación con la prensa, la radio y la televisión. Toda
asociación
científica
comprometida con estos fines debería contar con un departamento
de
comunicación. Los medios agradecerán este esfuerzo. En su práctica
cotidiana
no
pueden hacer otra cosa que beber de las informaciones y las versiones
que
están disponibles. Una voz experta es un elemento fuertemente
valorado.
Para ello es necesario no frustrar las expectativas acudiendo a un
lenguaje
incomprensible. (2) Generar los propios medios internos y externos
de
comunicación, por ejemplo mediante el recurso de Internet. (3)
Implicar
esfuerzo
en formar a sus medios en labores de comunicación y apoyar
especialmente
a quienes parecen contar con mejores habilidades en este
campo.
Hay
que tener en cuenta que el conocimiento no se transmite, se genera.
Lo
que
se transmite es la información (Casals, 2003). Los receptores
construyen
conocimiento
a partir de la información que reciben. Por ello, generar
datos
es una actividad que no implica conocimiento en sí misma. Divulgar
la
información
y saber transmitirla para propiciar la creación de conocimiento
en
los receptores, sí es un factor decisivo. La alianza con los medios
es, en
este
objetivo, un paso fundamental.
Contagiar
la ética ampliada de la investigación
Lo
que suele conocerse como ética de la investigación es un cuerpo que
se
limita
básicamente a dos esferas: el interior de la ciencia
(comprometámonos
a
prácticas que nos permitan fiarnos unos de otros) y a los
participantes
en
los estudios (principios de respeto, beneficiencia y justicia, por
ejemplo
[FHI,
200]). Urge divulgar y contagiar una ética ampliada que considere
además
las causas de nuestros problemas de investigación y las
consecuencias
de
nuestras acciones y omisiones como agentes investigadores y, por
tanto,
generadores de conocimiento. Es importante promover la preocupación
sobre
los problemas que se están abordando desde la Ciencia y los que
se
omiten abordar y cuáles de ellos son más urgentes, cuáles
requieren
nuestro
esfuerzo con más premura. Es una batalla difícil porque la Ciencia,
mal
nos pese, se mueve por cuestiones de fe y de inercia más que por
otros
motores
que se le suponen.
Promover
movimientos sociales en el propio seno de la Ciencia
Los
movimientos sociales se construyen en torno a una ideología y a una
conciencia
de grupo (Ruiz García, 2001). Por ello, no sólo constituyen una
base
socializadora (sus miembros crecen o se hacen asumiendo los valores
del
movimiento, al mismo tiempo que los modelan) sino que la cohesión
del
grupo
es un motor ante la actividad orientada al cambio social. Hacen falta
muchos
“científicos de base” para modelar la función de la Ciencia en
la solución
de
los problemas tanto medioambientales como los que siempre han
acompañado
a la humanidad y no se han mermado un ápice con el llamado
crecimiento:
sometimientos, esclavitud, violencia, ignorancia, etc.
La
democracia avanza, aunque no a golpe de invasiones armadas, sino
mediante
el
contagio de la cultura de la participación y la aspiración a
compartir
la
responsabilidad de las decisiones. Ni la Ciencia ni la Academia
deberían
permanecer
al margen de esta tendencia liderada por los movimientos
sociales,
lo que implica generarlos dentro de la Ciencia y de la Academia
con
el objetivo de acceder (como grupos de presión, definición u
opinión) a
configurar
a qué deben dedicarse estas instituciones. En esta actividad, hay
mucho
que aprender de los movimientos sociales.
CiMA
(www.cima.org.es) es un movimiento
social dentro de la Ciencia, del
mismo
modo que Universidad y Compromiso Social (www.us.es/
compromiso)
lo
es dentro de la Academia. Son asociaciones que dan cobijo oficial,
institucional
y formal a movimientos. La práctica demuestra que los cambios
son
más esperables cuando se generan desde dentro de las instituciones
afectadas,
accediendo a los puestos de poder tanto como constituyendo
grupos
numerosos de presión. Los movimientos sociales actúan
principalmente
en
este segundo campo, si bien propician también el primero. Así
que
es fundamental la promoción de estos movimientos en el seno de la
Ciencia,
de las Universidades, de las disciplinas...
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