Only that science is a great
and the best of all sciences the study of
which frees man from all kinds of miseries.
Mahavira
(Isibhasiya, 7/1)
Ética, conocimiento científico y
naturaleza en la cultura occidental
Autor: Francisco Lloret, Universidad Autónoma de Barcelona/CREAF
Revista “Ecosistemas” Año XI, No1
/ 2002 Enero – Abril
Uno de los principales retos a los que
se enfrenta la Biología de la Conservación es justificar la
necesidad de preservar la biodiversidad. Se han esgrimido razones económicas,
científicas y también éticas. Las razones éticas plantean si puedese considerar correcto
el comportamiento humano que implica una profunda alteración del medio
natural y que pone en peligro la persistencia de numerosas especies y procesos
ecológicos. Aunque la relación del hombre con la naturaleza no es una cuestión
nueva, la percepción actual del problema presenta elementos nuevos y será útil
un breve repaso histórico.
Según la tradición judeo-cristiana,
la naturaleza obedece estrictamente al designio divino. El papel del hombre es
preponderante por ser la imagen y semejanza de Dios. Por tanto, está
legitimado a alterarla siguiendo el mandato de creced y multiplicaos
y de ganaros el sustento con el sudor de la frente. Ahora bien, todo
elemento natural ajeno a esta actividad humana debido su escasa
utilidad permanece como obra de Dios y en consecuencia debe ser
respetado. Se reconoce su valor en cuanto exaltación de la grandeza
de Dios. Aparte de este aspecto suntuario, bastante ajeno a la vida
cotidiana, no merece mayor atención del hombre.
El Renacimiento y la Ilustración
implicaron un encumbramiento del hombre. Su superioridad sobre la
naturaleza no sólo provenía de la voluntad divina sino que se
reflejaba en el intelecto. Este atributo superior justifica el
dominio que el hombre puede y debe ejercer sobre la naturaleza. La
idea del "progreso" es una consecuencia de este punto de
vista y constituye una de las características de la sociedad
moderna occidental. Muy pocas sociedades han valorado la idea de
innovación como lo ha hecho la nuestra. El resultado ha sido una
explotación masiva de los recursos naturales que ha alcanzado casi
todos los rincones de la Tierra y ha alterado profundamente el medio
natural. Este fenómeno se inició en la época de los
Descubrimientos, alcanzó su madurez en la era del Colonialismo y
sigue incrementándose en la actualidad. Esta acción se ha
considerado legítima por cuanto implicaba un progreso de la
sociedad, uno de cuyos estandartes, el crecimiento económico, sigue
siendo enarbolado como dogma generalmente aceptado.
La teoría evolutiva surgida en el
siglo XIX acabará influyendo profundamente en la visión cosmológica de la cultura occidental. El designio
divino en la construcción del mundo deja de ser considerado como una intervención directa. El mundo
biológico no es inmutable sino que se gobierna según leyes propias que implican cambios y ajustes
continuos al medio. La especie humana se gobierna según las mismas leyes, y es un eslabón más de la
historia biológica de la Tierra. La aceptación de estos puntos de
vista no se produjo de una forma inmediata, sino
que ha ido cristalizando durante el siglo XX. Hasta hace muy poco tiempo este conocimiento no ha
empezado a modificar la concepción del mundo que tiene la sociedad occidental. Los puntos de
vista más radicales reconocen que los elementos no humanos de los sistemas biológicos tienen los mismos
derechos a persistir que el hombre, y en consecuencia cuestionan la legitimidad ética de alterar el
medio natural. A pesar de las advertencias constantes de los
científicos acerca de la disponibilidad limitada de
los recursos naturales y de la inconsistencia de un modelo de crecimiento indefinido, el discurso
predominante sigue hablando del progreso y del crecimiento económico, aunque recientemente haya
incorporado el adjetivo de sostenible como primer indicio de un cambio de mentalidad.
Si nos centramos en nuestra sociedad
presente, un breve repaso a algunos de los conocimientos científicos actuales más relevantes
nos permite reflexionar acerca de la respuesta social frente a los problemas ambientales:
1.- El hombre y los procesos en los que
interviene se rigen por las mismas leyes naturales que cualquier otra especie. No hay red
de seguridad trascendente que proteja de los problemas provocados por la acción
humana. Así, el hombre está sujeto a las mismas leyes de extinción que otras especies.
La soberbia que lleva a pensar en la razón como salvaguarda de la superioridad del
hombre y de su persistencia indefinida está cuando menos poco apoyada por la evidencia
biológica. Un corolario obvio es que los sistemas naturales son completamente aptos para
persistir en ausencia de la especie humana.
2.- Los recursos naturales son
limitados. Las reservas de recursos naturales no son infinitas y antes o después se
acabarán agotando. La sociedad occidental tiene una fe ciega en su capacidad innovadora que le
permitiría eventualmente solucionar este problema. Sin embargo, la persistencia
de la especie humana durante centenares de miles de años no se ha debido precisamente a
una histeria innovadora como la actual. De hecho, la historia nos enseña que todas las
sociedades complejas se han acabado colapsando y que 500 años no es todavía un récord
de longevidad cultural.
3.- El mundo biológico se comporta en
muchos aspectos como un sistema complejo. Probablemente el desarrollo de las
teorías de este tipo de sistemas sea una de las innovaciones científicas con mayor
potencial para cambiar la visión que tenemos del mundo. En muchos casos, nuestro
esfuerzo en recoger información cada vez más precisa y en desarrollar ecuaciones más
complejas no se corresponderá con un aumento sustancial de nuestra capacidad de
predicción y control. Otro elemento básico de la nueva concepción del mundo natural es la
importancia de la escala considerada. A determinada escala podemos reconocer patrones, pero
las características precisas del estado se nos escapan. Estas ideas no son nuevas para
los físicos, pero para los ecólogos se ha vuelto imprescindible reconocer el papel de
las escalas, permitiendo integrar en un mismo marco conceptual la incapacidad de
predicciones a pequeña escala con el reconocimiento de pautas y procesos generalizables a
escalas mayores.
4.- Existen mecanismos de regulación
entre los distintos componentes de los sistemas naturales. Sin embargo, no se acepta
una predeterminación en estos mecanismos. Sencillamente son el resultado de leyes
de acción-reacción y de optimización en la asignación de recursos. El hombre
tiende a modificar la velocidad y los balances de estos procesos. La capacidad de alterar el
medio se ha hecho tan grande que afecta profundamente el medio natural tanto a
escala local como planetaria. Parece difícil que la acción del hombre llegue a exterminar
toda forma de vida. Sin embargo, en aquellas regiones en las que la acción humana
ha sido intensa, es casi imposible concebir los estados posibles del medio natural en
ausencia del hombre. Un medio natural completamente aislado de la sociedad
humana puede considerarse tan artificial como una intervención directa.
A modo de síntesis, podríamos decir
que el conocimiento científico cuestiona profundamente la perspectiva antropocéntrica. En muchos
casos no es razonable pensar que sea posible conocer en detalle las consecuencias de la enorme
modificación del medio causado por el hombre. No obstante, sabemos suficiente del funcionamiento de los
sistemas naturales como para predecir que habrá consecuencias que difícilmente podremos controlar
deliberadamente.
Es importante preguntarse por el
derecho del hombre a alterar profundamente la naturaleza, particularmente cuando estas
alteraciones no son realizadas para asegurar su supervivencia. La
postura ética es fundamentalmente personal y
social, pero sin el conocimiento aportado por los científicos esta postura carecería de importantes
elementos de juicio. Un elemento de ayuda a la hora de escoger una opción podría ser considerar la
relación de otras especies con el medio. Sin embargo, la única
pauta común es probablemente la inexistencia
de predeterminación, una diferencia sustancial con el comportamiento humano. Otra postura no
demasiado útil es reconocer que las relaciones con más éxito son aquéllas que permiten el
mantenimiento de la propia especie, lo cual no deja de ser
tautológico y por tanto obvio.
Las opciones éticas deben plantearse
qué grado de alteración del medio es aceptable. Las respuestas socialmente aceptadas están entre una
alteración del medio que no ponga en peligro la especie humana y una alteración que no amenace la
conservación de ninguna especie. En medio pueden existir posturas que permitan la conservación de
ciertos procesos naturales dentro de unos límites similares a los
que habría sin la presencia humana, aunque
para ello pueda desaparecer alguna especie poco relevante en el mantenimiento de estos procesos.
Tampoco hay que excluir opciones que consideren únicamente la preservación de un determinado tipo de
sociedad o cultura.
En cualquier caso, no debemos olvidar
que la elección de una respuesta social es un proceso complejo, fruto de numerosas interacciones, y que
el futuro de la sociedad depende en gran medida de estas tendencias colectivas. Es interesante
observar que no existe un mecanismo preciso que permita el mantenimiento indefinido de las
culturas, a pesar de la supuesta racionalidad que impera en las decisiones humanas. Por lo que respecta
a la sociedad occidental moderna, sus acciones difícilmente serán capaces de extinguir de forma
inmediata la especie humana, y mucho menos todas las formas biológicas, aunque no podamos decir lo
mismo de su propio modelo socioeconómico y cultural.
Ética, conocimiento científico y naturaleza en la cultura occidental
Autor: Francisco Lloret, Universidad Autónoma de Barcelona/CREAF
Revista “Ecosistemas” Año XI, No1
/ 2002 Enero – Abril
Uno de los principales retos a los que
se enfrenta la Biología de la Conservación es justificar la
necesidad de preservar la biodiversidad. Se han esgrimido razones económicas,
científicas y también éticas. Las razones éticas plantean si puedese considerar correcto
el comportamiento humano que implica una profunda alteración del medio
natural y que pone en peligro la persistencia de numerosas especies y procesos
ecológicos. Aunque la relación del hombre con la naturaleza no es una cuestión
nueva, la percepción actual del problema presenta elementos nuevos y será útil
un breve repaso histórico.
Según la tradición judeo-cristiana,
la naturaleza obedece estrictamente al designio divino. El papel del hombre es
preponderante por ser la imagen y semejanza de Dios. Por tanto, está
legitimado a alterarla siguiendo el mandato de creced y multiplicaos
y de ganaros el sustento con el sudor de la frente. Ahora bien, todo
elemento natural ajeno a esta actividad humana debido su escasa
utilidad permanece como obra de Dios y en consecuencia debe ser
respetado. Se reconoce su valor en cuanto exaltación de la grandeza
de Dios. Aparte de este aspecto suntuario, bastante ajeno a la vida
cotidiana, no merece mayor atención del hombre.
El Renacimiento y la Ilustración
implicaron un encumbramiento del hombre. Su superioridad sobre la
naturaleza no sólo provenía de la voluntad divina sino que se
reflejaba en el intelecto. Este atributo superior justifica el
dominio que el hombre puede y debe ejercer sobre la naturaleza. La
idea del "progreso" es una consecuencia de este punto de
vista y constituye una de las características de la sociedad
moderna occidental. Muy pocas sociedades han valorado la idea de
innovación como lo ha hecho la nuestra. El resultado ha sido una
explotación masiva de los recursos naturales que ha alcanzado casi
todos los rincones de la Tierra y ha alterado profundamente el medio
natural. Este fenómeno se inició en la época de los
Descubrimientos, alcanzó su madurez en la era del Colonialismo y
sigue incrementándose en la actualidad. Esta acción se ha
considerado legítima por cuanto implicaba un progreso de la
sociedad, uno de cuyos estandartes, el crecimiento económico, sigue
siendo enarbolado como dogma generalmente aceptado.
La teoría evolutiva surgida en el
siglo XIX acabará influyendo profundamente en la visión cosmológica de la cultura occidental. El designio
divino en la construcción del mundo deja de ser considerado como una intervención directa. El mundo
biológico no es inmutable sino que se gobierna según leyes propias que implican cambios y ajustes
continuos al medio. La especie humana se gobierna según las mismas leyes, y es un eslabón más de la
historia biológica de la Tierra. La aceptación de estos puntos de
vista no se produjo de una forma inmediata, sino
que ha ido cristalizando durante el siglo XX. Hasta hace muy poco tiempo este conocimiento no ha
empezado a modificar la concepción del mundo que tiene la sociedad occidental. Los puntos de
vista más radicales reconocen que los elementos no humanos de los sistemas biológicos tienen los mismos
derechos a persistir que el hombre, y en consecuencia cuestionan la legitimidad ética de alterar el
medio natural. A pesar de las advertencias constantes de los
científicos acerca de la disponibilidad limitada de
los recursos naturales y de la inconsistencia de un modelo de crecimiento indefinido, el discurso
predominante sigue hablando del progreso y del crecimiento económico, aunque recientemente haya
incorporado el adjetivo de sostenible como primer indicio de un cambio de mentalidad.
Si nos centramos en nuestra sociedad
presente, un breve repaso a algunos de los conocimientos científicos actuales más relevantes
nos permite reflexionar acerca de la respuesta social frente a los problemas ambientales:
1.- El hombre y los procesos en los que
interviene se rigen por las mismas leyes naturales que cualquier otra especie. No hay red
de seguridad trascendente que proteja de los problemas provocados por la acción
humana. Así, el hombre está sujeto a las mismas leyes de extinción que otras especies.
La soberbia que lleva a pensar en la razón como salvaguarda de la superioridad del
hombre y de su persistencia indefinida está cuando menos poco apoyada por la evidencia
biológica. Un corolario obvio es que los sistemas naturales son completamente aptos para
persistir en ausencia de la especie humana.
2.- Los recursos naturales son
limitados. Las reservas de recursos naturales no son infinitas y antes o después se
acabarán agotando. La sociedad occidental tiene una fe ciega en su capacidad innovadora que le
permitiría eventualmente solucionar este problema. Sin embargo, la persistencia
de la especie humana durante centenares de miles de años no se ha debido precisamente a
una histeria innovadora como la actual. De hecho, la historia nos enseña que todas las
sociedades complejas se han acabado colapsando y que 500 años no es todavía un récord
de longevidad cultural.
3.- El mundo biológico se comporta en
muchos aspectos como un sistema complejo. Probablemente el desarrollo de las
teorías de este tipo de sistemas sea una de las innovaciones científicas con mayor
potencial para cambiar la visión que tenemos del mundo. En muchos casos, nuestro
esfuerzo en recoger información cada vez más precisa y en desarrollar ecuaciones más
complejas no se corresponderá con un aumento sustancial de nuestra capacidad de
predicción y control. Otro elemento básico de la nueva concepción del mundo natural es la
importancia de la escala considerada. A determinada escala podemos reconocer patrones, pero
las características precisas del estado se nos escapan. Estas ideas no son nuevas para
los físicos, pero para los ecólogos se ha vuelto imprescindible reconocer el papel de
las escalas, permitiendo integrar en un mismo marco conceptual la incapacidad de
predicciones a pequeña escala con el reconocimiento de pautas y procesos generalizables a
escalas mayores.
4.- Existen mecanismos de regulación
entre los distintos componentes de los sistemas naturales. Sin embargo, no se acepta
una predeterminación en estos mecanismos. Sencillamente son el resultado de leyes
de acción-reacción y de optimización en la asignación de recursos. El hombre
tiende a modificar la velocidad y los balances de estos procesos. La capacidad de alterar el
medio se ha hecho tan grande que afecta profundamente el medio natural tanto a
escala local como planetaria. Parece difícil que la acción del hombre llegue a exterminar
toda forma de vida. Sin embargo, en aquellas regiones en las que la acción humana
ha sido intensa, es casi imposible concebir los estados posibles del medio natural en
ausencia del hombre. Un medio natural completamente aislado de la sociedad
humana puede considerarse tan artificial como una intervención directa.
A modo de síntesis, podríamos decir
que el conocimiento científico cuestiona profundamente la perspectiva antropocéntrica. En muchos
casos no es razonable pensar que sea posible conocer en detalle las consecuencias de la enorme
modificación del medio causado por el hombre. No obstante, sabemos suficiente del funcionamiento de los
sistemas naturales como para predecir que habrá consecuencias que difícilmente podremos controlar
deliberadamente.
Es importante preguntarse por el
derecho del hombre a alterar profundamente la naturaleza, particularmente cuando estas
alteraciones no son realizadas para asegurar su supervivencia. La
postura ética es fundamentalmente personal y
social, pero sin el conocimiento aportado por los científicos esta postura carecería de importantes
elementos de juicio. Un elemento de ayuda a la hora de escoger una opción podría ser considerar la
relación de otras especies con el medio. Sin embargo, la única
pauta común es probablemente la inexistencia
de predeterminación, una diferencia sustancial con el comportamiento humano. Otra postura no
demasiado útil es reconocer que las relaciones con más éxito son aquéllas que permiten el
mantenimiento de la propia especie, lo cual no deja de ser
tautológico y por tanto obvio.
Las opciones éticas deben plantearse
qué grado de alteración del medio es aceptable. Las respuestas socialmente aceptadas están entre una
alteración del medio que no ponga en peligro la especie humana y una alteración que no amenace la
conservación de ninguna especie. En medio pueden existir posturas que permitan la conservación de
ciertos procesos naturales dentro de unos límites similares a los
que habría sin la presencia humana, aunque
para ello pueda desaparecer alguna especie poco relevante en el mantenimiento de estos procesos.
Tampoco hay que excluir opciones que consideren únicamente la preservación de un determinado tipo de
sociedad o cultura.
En cualquier caso, no debemos olvidar
que la elección de una respuesta social es un proceso complejo, fruto de numerosas interacciones, y que
el futuro de la sociedad depende en gran medida de estas tendencias colectivas. Es interesante
observar que no existe un mecanismo preciso que permita el mantenimiento indefinido de las
culturas, a pesar de la supuesta racionalidad que impera en las decisiones humanas. Por lo que respecta
a la sociedad occidental moderna, sus acciones difícilmente serán capaces de extinguir de forma
inmediata la especie humana, y mucho menos todas las formas biológicas, aunque no podamos decir lo
mismo de su propio modelo socioeconómico y cultural.
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