HANS
JONAS Y EL PENSAMIENTO POSTMODERNO
La
ciencia moderna se encuentra inmersa en una profunda
crisis. Vivimos en una época que debe considerarse como
un típico momento de transición entre el paradigma
de la ciencia moderna y uno nuevo, de cuya emergencia
se dan algunas señales y al cual numerosos pensadores
dieron el nombre de ciencia postmoderna12.
En
ésta, se busca definir el perfil filosófico de la nueva forma
de conocimiento, a través de una crítica sistemática de
la ciencia moderna. En el propio interior de la comunidad científica
se identifica distanciamiento y extrañeza ante
el discurso científico, en la medida en que el avance de
las especializaciones hace que para el científico, y no sólo
para el ciudadano común, sea imposible comprender lo
que ocurre en el universo de la ciencia moderna. Desde amplios
sectores de la Academia crecen los cuestionamientos, en
el sentido de inserir la práctica científica en un
ámbito que exceda la conciencia acrítica u oficial de los
científicos y de las instituciones científicas, para profundizar el
diálogo de esa práctica con las demás formas de
conocimientos que la sociedad humana posee.
La
discusión sobre la naturaleza de la crisis del pensamiento moderno
tiene toda su expresión en el período que
vivimos, y cuyo principio se encuentra en el que siguió a
la postguerra. ¿Nos encontramos en una crisis de crecimiento
o de desestructuración de la ciencia moderna? Algunos
pensadores ni siquiera aceptan la distinción entre
los dos tipos de crisis, mientras otros hasta se niegan a
hablar de crisis cuando se trata de caracterizar el tiempo científico
presente. La vertiente del conocimiento que observa el
distanciamiento, o hasta la ruptura, de la ciencia moderna
con los referenciales de los auténticos valores de la
sociedad humana está en la filosofía. Allí se encuentra una
voz muy importante, que es la de Heidegger. Para el
filósofo alemán, “la ciencia y la tecnología corresponden a
una comprensión dogmática del ser que pretende reducir toda la existencia a una pura instrumentalidad, conduciendo,
por ese camino, al olvido y a la inviabilidad del proyecto de existencia humana auténtica13”. En esas apreciaciones
de Heidegger, es imposible no reconocer a Jonas.
No obstante, es curioso que Jonas menciona sólo al
pasar a su primer gran maestro a través del Principio de la
Responsabilidad. Es posible que esa omisión se deba a
una visible complicidad de Heidegger con el nazismo, según
lo documenta Víctor Farías14.
Los
científicos, que generalmente prefieren dedicarse a
sus microscopios y desprecian las reflexiones filosóficas, permanecen
de tal modo alejados de la realidad humana y social
que Einstein llegó a decir que, evaluados por la ética de
filósofos y epistemólogos sistemáticos, los científicos
no pasarían de ser “unos oportunistas sin escrúpulos”.
La
verdad es que, desde el punto de vista sociológico, el discurso
científico es hoy, para el ciudadano común, un oscuro
discurso en su conjunto. El
agravamiento de la crisis del paradigma de la ciencia moderna está transformando la naturaleza de un problema, que
no pasaba de un registro fortuito de un grupo de pensadores, en un amplio movimiento manifestado en
el cuestionamiento de las consecuencias sociales de la ciencia.
De esa manera, la atención del discurso científico se
volverá hacia los auténticos destinatarios que son los
que la utilizan, sujetos o víctimas de las consecuencias de
las prácticas transformadoras de la ciencia. Como los científicos
también son mortales y hacen parte del mundo de
los hombres, el universo de los “utilizadores” estará constituido
tanto por los ciudadanos comunes como por los
científicos, lo que hará más competente el diálogo de todos
los grupos, transformando la comunicación en una práctica
eficaz para la construcción de una sociedad más democrática.
Indiscutiblemente,
esa democratización de la ciencia será
la que permitirá profundizar la sabiduría práctica, el cultivo
del hábito de decidir bien, la concretización de la ética
discursiva propuesta por Habermas15. Tal objetivo debe
ser asimilado por los científicos en sus acciones, sin impedir
de antemano, que se reconozcan las diferencias estructurales
que, por el saber, los separan de los hombres comunes.
Distintos en el conocimiento, pero hermanados en
la búsqueda de una posible simetría, que contemple la
construcción de una humanidad dirigida al propio hombre.
Es en esa dirección que apunta la propuesta de responsabilidad, dirigida a los científicos por Jonas. Para decirlo
de alguna manera, representa el máximo de conciencia posible
de una concepción de ciencia comprometida con
una auténtica humanidad, que tenga acceso
privilegiado
a la unidad del conocimiento y que sea el motivo
central de las acciones de los hombres de ciencia.
Una
breve reflexión sobre los últimos 60 años de la práctica
científica en el mundo muestra, por un lado, la ciencia
guiada por preceptos ideológicos, tanto en la Alemania nazista
como en la ex Unión Soviética, por otro, el desarrollo
inhumano del capitalismo norteamericano que generó
una tecnología contraria a la construcción armónica de
la sociedad. Era enorme la apatía que dominaba a
los científicos norteamericanos en el período anterior a Hiroshima,
lo cual representó una verdadera corrupción de
la ciencia, al ponerse al servicio de la guerra y que acabó produciendo
un difuso sentimiento de rebeldía contra la
ciencia. La ideología caracterizada por la fe en la ciencia, inaugurada
en el siglo XIX , de unánime aceptación social, comenzó a recibir los primeros golpes. Los resultados de
la aplicación de la ciencia impedían que el progreso científico
siguiera considerándose incondicionalmente bueno.
Empezaban a surgir las primeras interrogantes sobre las
funciones sociales de la ciencia16. Desde
1933, en Alemania, la ciencia era envilecida al
ser sometida a los objetivos políticos del nazismo. No sólo
eran perseguidos los científicos judíos, sino que era prohibida
la investigación que con ellos colaborase, incluso la
aceptación y defensa de sus teorías. Es hecho conocido lo
que ocurrió con el físico W. Heisenberg, quien fue
considerado “judío blanco”, o sea, un ariano peligroso por
ser amigo de judíos, solamente por haber sustentado la
opinión de que la teoría de la relatividad de Einstein constituía
una seria base para la investigación científica17. En
la ex Unión Soviética, bajo el pretexto de defensa del
socialismo, varios científicos conocieron el sufrido exilio interno, los que solían ser rotulados como portadores de
graves disturbios mentales. En los EEUU los científicos
se transformaron en trabajadores asalariados, al
servicio del, entonces, emergente complejo militar e industrial. Desde
esa época, la ciencia/sujeto pasó, a través de
una autocrítica, a buscar en la ciencia/objeto los defectos que
la habrían descaracterizado. La recomposición del
retrato de familia de la ciencia se constituye, de ese modo,
en un profundo cambio de paradigma. La concepción de
la práctica científica como desvío recuperable por un
nuevo sentido de responsabilidad, tiene por objetivo transformar la ética de la ciencia, en la sociedad moderna, en
una ética universal.
Con
respecto al vínculo ciencia/máquina de guerra, al
principio se creó la idea de una relación fortuita. En realidad,
fue eso que permitió que algunos físicos nucleares se
lavaran las manos en las aguas cristalinas de la ciencia pura
y las limpiaran en la blanca toalla del progreso científico.
Sin embargo, la máquina de guerra, lejos de debilitarse,
se transformó rápidamente en una industria floreciente,
y la ciencia, sobre todo la designada como “big
science”, se puso a su servicio. En el transcurso de ese
proceso, por todas partes se reconoció que Hiroshima y
Nagasaki no habían sido accidentes, sino las primeras consecuencias
dramáticas de un proceso capaz de producir
otros “accidentes”, cada vez menos accidentales y cada vez
más fatales18.
Como
resultado de esos hechos, se hace oportuna la reflexión
sobre el concepto heurístico del temor, formulado por
Jonas. En el segundo capítulo del “Principio de la
responsabilidad”, Jonas trata del delicado tema de la persistencia
de los malos pronósticos sobre los buenos. Argumenta
que “solamente la previsible desfiguración del hombre
nos ayuda a forjar la idea del hombre que debe ser
preservada de tal desfiguración. Necesitamos ese concepto de
“amenazado” para, ante el espanto que tal eventualidad nos
provoca, afirmar una imagen verdadera del hombre.”
Mientras ignoramos el peligro, sería fuera de lugar
crear mecanismos de protección contra los desconocido.
El
conocimiento del mal, sin embargo, nos obliga a reflexionar
sobre la posibilidad de que el bien permanezca ignorado. Jonas
llega a la conclusión de que es necesario elaborar una
ciencia que permita una predicción hipotética, la cual
denomina “futurología comparada”. Por lo tanto “la heurística
del temor, seguramente no tiene la última palabra en
la búsqueda del bien, pero constituye una primera palabra realmente útil, que debe ser valorada hasta sus últimas
consecuencias.”
Jonas
considera esa actitud inspirada en la heurística del
temor, como el “primer deber” del científico en la búsqueda
de una ética orientada hacia el futuro. Describe la
función heurística como un concepto imaginario, cuya postura
no es dirigirse a los hechos científicos ya conocidos, sino
a los desconocidos, cuando es necesario considerar las
consecuencias ignoradas de las intervenciones de la
ciencia, particularmente si la magnitud de los posibles efectos
remotos no deseados supera a los conocidos. En todo
proyecto de investigación, el científico siempre debe optar
por aquél de pronóstico más favorable entre todos los posibles, rechazando sistemáticamente el desconocido, cuando
se sabe muy poco sobre el mismo. Jonas mantiene que
tal reflexión no debe limitarse a las profecías catastróficas, sino
que debe ser incorporada a la teoría ética como un
precepto sistemático, pues según él, hay que dar más atención
a las profecías catastróficas que a las optimistas, especialmente
cuando están involucradas grandes causas del emprendimiento humano, en las que no cabe ningún error,
por más insignificante que sea.
Indudablemente,
los grandes proyectos de la moderna tecnología
son impacientes y atropellan los pasos cautelosos
de la evolución natural y sensata de las intervenciones en
la naturaleza humana y extrahumana. Lejos de
considerar una planificación consciente, que permita al hombre
un avance seguro, el científico se entrega a prácticas inseguras
que implican un lado temible, peligroso. Se exige
pues, un mandato de cautela, cuando se trata de los pronósticos
desfavorables que la tecnología introduce. La historia
de la evolución de los conocimientos científicos comprueba
que la tecnología, a veces, pone en marcha ciertas
intervenciones que adquieren un dinamismo propio y
que superan el horizonte inicial del investigador, lo que
nos enseña que, con frecuencia, somos libres para dar el
primer paso, el segundo y que los sucesivos nos convierten en
esclavos.
De
acuerdo con Jonas, esto refuerza el deber que tenemos de
ser vigilantes en los primeros pasos de nuestras intervenciones
sobre la naturaleza, puesto que crean posibilidades
catastróficas y bien fundamentadas, sin considerarse
aquí las simples fantasías pesimistas. Debe considerarse
sobre todo que todavía prevalece, en los medios
científicos, la tesis de que como en la naturaleza nada
está definitivamente sancionado, todo es permitido; por
lo cual no se puede cohibir, bajo ningún pretexto, la
libertad de investigación. Jonas denomina eso libertad nihilista,
actitud que no exigiría justificación alguna en sus
actos y, termina diciendo, que no se puede dejar el destino
de la humanidad en manos de científicos tan declaradamente irresponsables.
Por eso considera necesario que
se cree alguna autoridad para analizar esos modelos, pues
la grave desfiguración de la naturaleza humana, o extrahumana,
presupone que no hay ganancia que valga tal
precio, ni ninguna perspectiva de éxito justifica tal riesgo.
Haciendo
una analogía entre las acciones humanas y los juegos
de azar, termina sus consideraciones con una provocadora colocación:
¿Cuáles son las propuestas que desde el punto
de vista ético nos son lícito hacer?
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